jueves, 29 de abril de 2010

Y viceversa

 ''Todo esto viene a un estado, mi estado, no muy habitual en mí. Cuando yo empecé a sentir, a saber a quién quieres, por quién sientes o por quién no, no era consciente de que el amor llega, tarde o temprano nos alcanza a todos. Esa gran epidemia la padecemos todos, los más y los menos, incluso los que dicen que el amor no está hecho para ellos. Ahora me doy cuenta de las palabras sabias de todo aquel que me rodeaba, que me imploraba esperar para encontrarlo, y por fin lo hallé. Por ello quiero dedicar esta historia a alguien de mi familia, alguien que aprecio muchísimo, es mi primo Mario, una persona de inteligencia inigualable, carácter moderado, sabe cuando decir cada cosa, en fin, alguien ejemplar para mí, de quien he tomado modelo, y expondría como modelo para todos los demás. Dicho esto, mil gracias primo, por todo lo que haces por mí, y por ser como eres, te quiero..''

Alberto y ella se conocían desde hacía mucho tiempo. Tanto, que a él le parecía imposible que, tras tantas idas y venidas y pruebas de amistad, pudiera haberle gustado a ella en algún momento. Y viceversa. Él tenía un bar cerca de la casa de ella. Estaba decorado con madera y velas y, al fondo, tenía una pequeña librería y unas estanterías con juegos de mesa. Los fines de semana, ganaban la música y el fútbol por goleada y él no paraba de trabajar, aunque, si iba ella con algún amigo, o incluso con algún novio -uno de esos que había tenidoy con los que siempre acababa mal, llorándole a Alberto en la barra-, él buscaba un huevo para tomar algo, sentarse en la mesa done estuviera, hacerse el simpático con sus amigos...
La apreciaba con sinceridad y adoraba su compañía. Entre semana, él tenía trabajo. Las mesas se llenaban de estudiantes que tomaban café, leían o jugaban al Trivial.
Y ella, de vez en cuando, al llegar del trabajo y antes de subir a casa, pasaba a tomar algo con él. Y eso le gustaba. Él tenía a su novia de siempre. No sentía que su vida fuera especialmente feliz o infeliz. Vivía, y con eso le bastaba. Ella había dado tumbos con uno y otro. Que si Sergio era un egoísta y Luis la engañó. Que si Martín la aburría, de Ignacio no acababa de fiarse...
En fin, que su corazón, aunque rebosante de amigos, latía mas solo que la una. Ella quedó con Eva y Clara para tomar algo. Y fue al bar de él, que la recibió la mejor sonrisa y un sincero ''cada día estás mas guapa''. Él, claro, se llevó de propina un ''tú tampoco estás nada mal'' y un par de besos en la cara. Cuando ella se marchó con sus amigas, él empezó a ser consciente de que no quería que se fuera. Que se había quedado con ganas de hablar más, de mirarla más, de sentirla más. Y viceversa.
En la soledad del cierre, con los taburetes vueltos sobre el mostrador y escuchando una última canción que él sabía que a ella le encantaba, Alberto apuró su vaso diciéndose para sí que había cosas que era mejor no pensar. Total, si en quince años no había reparado en los ojos verdes de ella, por qué ahora iba a morirse por verlos. ''Tonterías'', dijo en voz alta. Apagó la luz y se marchó. Ellos no se llamaban nunca. Sólo se veían en su bar, por lo que si ella, por la razón que fuera, no bajaba, podían estar semanas sin verse, que a él empezaron a parecerle una eternidad.
Ese día, ella había tenido una jornada laboral de las que es mejor olvidar. Era jueves y el reloj marcaba las ocho cuando aparcó el coche al lado de casa. Al apagar la música, se dio cuenta de que llevaba toda la semana escuchando un disco que le había grabado él y que, después de ese día tan horrible, lo único que le apetecía era verlo. En cuanto cruzó la puerta, los ojos de él se iluminaron, y su sonrisa se abrió hasta el infinito. Los corazones se aceleraban por segundos. Todo pasó a la vez. Y el mundo que les rodeaba se hacía pequeñito si se miraban. Y ahí estaban, quince años después de haberse visto la primera vez, precisamente en el bar, locos por cogerse de la mano. Disimulando que no se morían por besarse. Sujetando el latido del veinteañero que era cuando se hablaron la primera vez sin saber que hoy, tanto tiempo, tantos amores, tantas risas, tantos llantos después, estaban uniendo sus destinos para siempre.

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