martes, 6 de abril de 2010

cap.1 Malabares por las calles

Hoy digo, ¿por qué le haría caso? ¿Qué se me pasó por la cabeza en aquel momento?¿Iba con ganas de comerme el mundo, o con ilusión de experiencias nuevas? No lo sé la verdad, sólo sé que fue una locura de la que no me arrepiento.
Por entonces ella vivía en Houston, con su prestigioso y afable novio, Joseph , el dueño de Hardware Crows, dedicado exclusivamente a la creación de nuevos diseños de ordenador más innovadores, rápidos y eficaces. Sandra, por el contrario, no estaba interesada en toda aquella parafernalia. Ella estaba más interesada en los programas, sobretodo de retoque fotográfico, su empresa era una de las más prestigiosas en el mundo, tenía novecientas cincuenta y nueve sedes en toda América, y más de dos millones en todo el mundo.
Tenían un lujoso apartamento en Los Ángeles, y un hijo. Sandra nunca había sido el tipo de mujer preocupada por su futuro. Cuando ella viajó a Houston, sólo buscaba un futuro para su trabajo, que en España no era de los más solicitados, y debido a su éxito, prescindió de un sueldo de quinientos euros en el que otras persona pondría su nombre en sus ediciones. No, ella merecía algo mejor, para algo llevaba quince años en lo suyo.
Y ahí estaba, no viviendo bajo el mismo techo que otro empresario mediocre cualquiera, sino uno de los más prestigiosos de todo Houston. Ella, muchacha atolondrada que pasaba horas ensimismada en sus pensamientos, casi ni atendía a la criatura, su vida acomodada le permitía tener horas y horas de relax.
A pesar de que Joseph opinaba que debía pasar más tiempo en casa, ella ignoraba todo aquello que no tuviera que ver con su trabajo y su pasatiempo, ambas la misma cosa.
El hijo fue llamado Nicolás, por antojo de la madre. Al padre le hubiera gustado un nombre mucho más largo y complicado, para que cuando heredara la gran fortuna de los Anderson, fuera alguien destacado, con un nombre que todos recordaran por el lujo y ambición de la familia. Por supuesto, Sandra no heredaría ni la más roñosa y despreciable moneda, de aquellas que encuentras en la acera de las avenidas y por vagueza ni te agachas a recogerlas. Ese había sido el trato cuando contrayeron matrimonio. Por ello todo el mundo los llamaba novios, parecía que no se hubieran casado, salvo por un papel que certificaba que Sandra había perdido su apellido Martín, por otro de aspecto norteamericano, Anderson. Esa era la razón por la que ambos trabajaban, y por la misma que Sandra despreciaba a su propio hijo.
Visto lo visto, no todo era felicidad, el rostro pálido, demacrado y con ojeras de Sandra denotaba que el futuro que ella hubiese querido no era el actual, que todo por lo que había luchado se desvanecía con cada nueva visita de la familia Anderson y todos sus abogados. Por un momento se le pasó por la cabeza huir de toda aquella fortuna cargada de minas asesinas, pero no, Joseph tenía la sartén por el mango desde hacía dos meses, cuando ella decidió renunciar a su estado de residencia en Estados Unidos, para convertirse en americana.
Sandra tenía una amiga en Navarra. Habían sido compañeras desde el instituto, y en la universidad se convirtieron en uña y carne. Aquella amiga, llamada Sofía, se dedicaba al mundo de la automoción, venta de automóviles en especial, dentro de poco sería ascendida. Había viajado a numerosas capitales europeas de la mano de su novio Pedro. Ambos habían estudiado filología inglesa y hebrea, tenían numerosos conocimientos grecolatinos, y sus premios en estudios clásicos llenaban las estanterías de sus antiguas habitaciones en las casas de sus ancianos padres.
Un día, hablando vía Skype, cierto programa que se utiliza para mantener videollamadas gratuitas con miembros de todo el mundo, decidieron reunirse en Miami y juntarse después de 5 años sin verse las caras.
Sofía tenía unos asuntos sobre una casa en venta que resolver allí, y Sandra quiso reunirse con su amiga de toda la vida para contarle los líos en los que estaba metida, hasta el cuello además, y sin quererlo.
En el momento en el que Sofía bajó de aquel avión, la mente de Sandra se inundó de todos los recuerdos de España, su patria querida, de la que se vio obligada a huir hacía unos años, y a la que nunca jamás podría regresar.
Conversando y conversando convinieron escapar juntas a Las Vegas. Sandra tenía razones, pero ¿y Sofía?
Sofía tenía un gran problema, y es que un grupo de terroristas islamistas a los que engañó para obtener un reportaje que más tarde salió en National Geographic, la tenían amenazada de muerte, y aunque los servicios secretos de los Estados Unidos la protegían, Sofía supo que la habían seguido hasta el restaurante en el que comía con su antigua amiga. Cansada de estar protegida continuamente, decidió huir con ella.
Sí, esa era la solución. Dejarían todo arreglado antes de irse para no levantar sospechas, y luego se irían a pasarlo bien por un tiempo.

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