martes, 16 de noviembre de 2010

Repostando en la vida

 Porque la venganza es un plato que sirve frío, aqui dejo esta reflexión narrativa''.

Pararon para tomar un café. A Laura no le apetecía mucho y le extrañó que David se lo propusiera. Siempre que iban de viaje, él se molestaba si ella decía que necesitaba ir al baño o le sugería un momento para comprar algo. ''¿ No podías haberlo pensado antes de salir? ¿ Seguro que no puedes esperar hasta que lleguemos?...''
Parar unos minutos no suponía un problema, únicamente, si la excusa era que a él no le había dado tiempo a llenar el depósito y repostar era ineludible. Cada uno tenía sus manías.
Aquella tarde fue distinto. Aunque apenas quedaba una hora para llegar a la casita rural que habían alquilado ese fin de semana y tenían gasoil de sobra, David la despertó de su siesta amablemente: ''Cariño, ¿te apetece tomar un café? Necesito estirar las piernas''.
Laura dijo que sí por decir algo. Ni tan siquiera tenía claro si le apetecía una dosis de cafeína, pero llevaban dos horas de camino y no le importaba respirar un poco. El aire acondicionado bloqueaba sus fosas nasales. ¡Dichosa alergia!
Al camarero apenas le dio tiempo a darle las buenas tardes. ''Un cortado y...¿uno sólo con hielo para ti, cariño?'', le preguntó David cogiendo su mano. ''Mientras lo ponen yo voy un momento al baño. Necesito refrescarme un poco''. Y la apretó con fuerza. ¿Le pasaba algo?
Pobre. Últimamente trabajaba demasiado. Nueva compañía, el cargo que siempre había deseado, ayudante y secretaria, un despacho con unas increíbles vistas...Lo único reprochable era la cantidad de horas que tenía que echar al día. ''Pero eso -le repetía él-, sobre todo al principio, resulta inevitable''. Aunque a ella empezaba a pesarle. Había pasado más de un año. Sus viajes eran cada vez más frecuentes y largos. Apenas se veían. Y muchas noches, cuando él llegaba, ella ya estaba dormida, ambos demasiado cansados para compartir nada. Ni siquiera discutían. Pero ella siempre le disculpaba. Por eso tenía tantas esperanzas puestas en ese fin de semana.
Eso pensaba mientras lo esperaba en la barra con el hielo de su café medio derretido. La pareja que había a su lado dejaba una propina y se marchaba y la camarera le servía unos refrescos a varios jóvenes que habían entrado bromeando. ¿David?...
Quince minutos más tarde, Laura se acercó al servicio de hombres extrañada y llamó a la puerta. No contestó nadie. Nerviosa, volvió fuera y le preguntó al camarero si podían acompañarle a mirar dentro. ¿Se habría mareado?
¿El señor que la acompañaba? Pagó y se marchó, señora. Apenas cinco minutos después de llegar.
Pero...Es imposible-, susurró corriendo a la calle. Efectivamente, el coche había desaparecido. Laura cogió el móvil y lo llamó insistentemente.Apagado o fuera de cobertura. Apagado, sin duda.
Volvió a la barra y se sentó. El camarero se acercó y le acarició el hombro con aire compungido. Pero Laura sólo sentía frío. Realmente, ¿le extrañaba tanto aquello?, pensó. Apenas necesitó un minuto para beberse también el cortado de un trago y preguntarle a la chica: ''Quizá debería pedir un taxi''. Pero el joven se adelantó. ''Yo puedo acercarla donde quiera''. Y Laura vio en sus ojos que la vida comienza en las paradas más inesperadas. A ella también le apetecía estirar las piernas. Necesitaba refrescarse un poco. Y respirar.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Espérame en el cielo

''Otra historia para vosotros, y en especial, para mis abuelos, que se sorprenderían de lo que se identifican en ella''.

La primera nieve del invierno trajo a su vida, tan apagada, la luz del recuerdo. Miraba por la ventana mientras recolocaba su moño blanco con unas hermosas peinetas de nácar: la apacible blancura del paisaje se le antojaba perfecta, límpida, como una cama recién hecha con sábanas de hilo cuidadosamente bordadas y planchadas aún con más esmero. Los copos caían lentos, caprichosos, dejándose mecer por el aliento perezoso y negro de las chimeneas.
El fondo verde de los pinos, el cielo preñado, como si quisiera desplomarse sobre los tejados a medio cubrir, las pisadas de las vecinas que habían bajado a por el pan, el ladrido lejano un perro, el viento caprichoso envolviendo las copas de los árboles y aullando tímidamente, como si quisiera escaparse...componían una postal que la trasladaba a otros tiempos más felices, a días sin soledad.
A días de pan y risas, de batallas de bolas de nieve, de niños alborotando la casa, a días de escuela, de gripe con el pequeño, de no parar, de no comer, de remendar, de coser y zurcir, de recoger, de peinar, de cocinar...
A días de compartir. De jugar con sus hijos. De hablar con él. Él, que se había ido hacía ya cinco años, una tibia madrugada de mayo cuando su corazón, cansado de latir, le dijo adiós para siempre en la cama que habían compartido durante más de sesenta años.
Un escalofrío recorrió su espalda y se agarró con fuerza a su toquilla de lana, como si quisiera abrazarse. Miraba...y recordaba las largas noches de invierno. A sus cinco hijos dormidos en las alcobas y ellos acurrucados bajo la colcha de lana que tejió el invierno que estaba encinta de su hijo José Pedro. Y la nieve, implacable, cayendo despaciosa sobre el alféizar de la ventana al amanecer, cuando los primeros rayos de luz se escapaban perezosos entre las nubes cargadas de frío, entre las montañas coronadas de blanco.
Las lágrimas humedecieron unos ojos agotados de tanto mirar. Había vivido más de ochenta veces el mes de enero, pero nunca el frío había calado tanto en su piel.
La leña, ajena a tanta tristeza, ardía alegremente y chispeante en la chimenea. Y, por un instante, albergó en su alma la vana ilusión de verlo sentado junto al fuego, con su cigarrillo impertérrito en la boca, canturreando con uno de los niños que les había dado su amor sentado en sus rodillas. Y rompió a llorar de pena al recordar su maravillosa voz, y sus brazos, tan fuertes, tan poderosos, tan protectores. Sabía que ni hijos ni nietos, aunque aliviaban todo lo que podían su ausencia, podrían tapar su hueco jamás, el enorme vacío que había dejado en su alma. 
Y rompió a llorar de nuevo de alegría por todo lo vivido. Era algo que no podía olvidar, algo que no quería olvidar. Estaba francamente satisfecha por haber sentido el amor, la alegría, el trabajo, la familia.
Sentía su corazón cansado de andar un largo camino, pero también reconfortado, pues albergaba la esperanza de que un día, y no demasiado lejano, sus manos se volverían a entrelazar en un abrazo eterno, sin prisas, sin frío, sin final.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Despistada

'' He vuelto a escribir, después de todo. Para ello necesitaba cerrar una etapa de mi vida que yacía abierta supurando sangre negra que me corrompía por dentro. Vuelvo a ser yo, vuelvo a escribir y, como siempre, desde el fondo de mi corazón''.


Como cada día, Ana cerró los ojos un momento antes de arrancar el coche para ir a trabajar. Cada vez le daba más pereza ponerse en marcha. Su trabajo de secretaria la aburría soberanamente. Sobre todo ahora que, cumplidos cinco años en el puesto podía ejercer sus funciones sin esfuerzo alguno...
Pasada la primera rotonda rubo a la oficina, el semáforo la obligó a detenerse y, distraída, observó a la chica que conducía el coche de al lado. Tenía la barbilla hundida en el pecho y, con los ojos cerrados, respiraba profundamente. Parecía que la vida se le iba a ir en un suspiro. ''¡Qué seria está! ¿Qué estará pasando por su cabeza?'', pensó, mientras se fijaba en cómo la joven se retiraba un mechón de la cara y lo colocaba con delicadeza detrás de la oreja. Entonces percibió que la desconocida estaba llorando.
La luz verde se encendió y Ana metió la marcha. Miró el retrovisor y vioque la conductora aún no había reanudado la marcha. Así estuvo unos segundos hasta que el coche arrancó lenta, muy lentamente. Ana siguió con curiosidad su avance a lo largo de la avenida que conducía hasta su trabajo. Al parecer, ambas compartían buena parte del trayecto, aunque nunca se había fijado en aquel coche. Eso pensaba hasta que volvieron a coincidir en el siguiente semáforo.
La joven seguía llorando ajena al mundo -el tráfico, los cláxones, los demás conductores...- mientras sus dedos parecían juguetear con el aparato de radio. Mantenía la misma mirada perdida en el infinito.
¿Qué le habrá pasado? La curiosidad reconcomía a Ana. Quizá la joven tenía algún pariente o amigo enfermo y le habían dado una mala noticia. Quizá tenía problemas en el trabajo, ahora que la situación estaba tan mal en todas las empresas. ¿Tendría un jefe tan déspota como el suyo? ¿Un sueldo tan bajo? No, seguro que lo que le sucedía era que había discutido con su chico. Sí, probablemente habían tenido una bronca esa misma mañana. ¿Ves? En el fondo era mejor estar sola, como ella. ¿ Por qué se lamentaría tanto? Estaba harta de escuchar a todas sus amigas quejarse de los dolores de cabeza que les daban sus chicos. ¡Menudo alivio!
Procuró seguir al coche disimuladamente. Podía sonar triste, pero contemplar el mal ajeno la hacía sentirse un poquito menos infeliz con su vida triste, solitaria y aburrida. Ya lo dice el refrán: mal de muchos...
Dos semáforos después, la joven desconocida puso el intermitente y a Ana no le quedó más remedio que desearle suerte en silencio mientras la vio enjugarse las lágrimas con una actitud indolente.
Mientras tanto, en el coche que se alejaba, la joven desconocida le daba volumen a su canción favorita y la escuchaba por tercera vez aquella mañana: ''Cómo hablar, si cada parte de mi mente es tuya, si no encuentro la palabra exacta... Cómo decirte, que me has ganado poquito a poco, tú que llegaste por casualidad''. Ana no podía parar de llorar de felicidad. Aquella mañana, su chico le había pedido que se casara con él. Y ella le había dicho que sí, por supuesto. Estaba enamorada, enamorada, ¡enamorada! Israel era lo mejor que le había pasado en la vida. Intentaba respirar con fuerza para sentir cada uno de los segundos de aquel maravilloso día. Y volvió a escuchar otro claxon. ''¡Qué despistada estoy! -dijo en voz alta arrancando de nuevo el coche-. Cualquiera que me mire va a pensar que estoy loca. Si supieran por qué...¡se morirían de envidia!''.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Amor para siempre

Cuando llegó a casa, Elena se encontró a su hermana Lucía compartiendo una botella de vino con Fernando, su vecino de abajo. Pero nada en sus expresiones parecía indicar que estuviesen celebrando algo. Es más, al saludar a Elena, Fernando se abrazó a ella y rompió a llorar desconsolado. ''Marta y yo hemos roto'', acertó a decir. '' No sabes cuánto lo siento. Jamás lo habría imaginado. Dios, lo siento, lo siento mucho. No quiero ser indiscreta pero... ¿qué ha pasado? No puedo creerlo'', decía Elena mientras se servía una copa de vino y se quitaba su chaqueta dispuesta a compartir ese difícil momento con su vecino y amigo. Lucía, por su parte, respiró con alivio al ver que su hermana se sentaba con ellos, pues llevaba un buen rato intentando consolar a Fernando y ya se le había agotado el repertorio de consejos, frases hechas y palmaditas en la espalda.
Fernando les contó que, durante su reciente viaje a Japón, Marta le confesó que esas vacaciones eran un intento desesperado por salvar su relación, que duraba ya once años, pero que, al regresar a Madrid, se iría de casa para vivir con Lucas, de quien estaba locamente enamorada desde hacía año y medio, cuando lo vio por primera vez en el gimnasio al que ambos acudían y que Fernando -más dado a los deportes en la tele y desde el sofá, las cañitas y las patatas fritas-, por supuesto jamás había pisado. Fernando empezó a llorar. Estaba roto. Marta, su gran amor, la mujer con la que había compartido tdoo, se había ido.
Ya no lo quería, pero él a ella sí y le pedía a Dios que regresara, que volviera con él. Sería capaz de perdonarla tdoo lo habido y por haber. De noche, se despertaba soñando que regresaba arrepentida, reconociendo su error. Pero Marta no volvió. Lo suyo con Lucas no era un error. Era amor. Amor verdadero. Un amor de los que hay que dejar pasar, por si acaso no se repiten.
Fernando, por su parte, se fue recuperando poco a poco. La cercanía de Lucía y Elena le ayudó a superar el trauma. Ahora, salían más, compartían más cenas, iban juntos a la compra e incluso Fernando se hizo buen amigo de Jesús, el novio de Elena, con el que empezó a jugar al pádel los lunes y los jueves y, como consecuencia, a bajar su bien alimentada barriguita. Cada vez era más frecuente ver a los cuatro juntos por el barrio, paseando, comiendo y riendo. Hasta que llegó el día en que pasó lo inesperado, lo que nadie jamás pensó que podía pasar: Lucía y Fernando se enamoraron locamente. Al principio, se quisieron en silencio, pero, una tarde lluviosa de miércoles, mientras se abrazaban al marcar un gol su equipo cuando veían el fútbol en el bar de abajo, se besaron con fuerza, sin importarles nada ni nadie.
En ese momento, tras los cristales del bar, una mujer deseaba morirse mientras dejaba caer una maleta al suelo y rompía a llorar bajo la lluvia. Era Marta. Volvía a casa, dispuesta a reconciliarse con Fernando. Su amor con Lucas, ese amor de verdad, de esos que ocurren una vez en la vida y no hay que dejarlos pasar porque son únicos, maravillosos e irrepetibles, se había acabado la mañana que ella descubrió que la engañaba con una compañera del trabajo. Marta, desolada, esperaba que Fernando mantuviera la promesa que le hizo en su día de quererla siempre. Toda la vida. Pero las promesas, como las historias de amor, esas que creemos que duran siempre, nunca son eternas. No hay nada eterno.



''Para todos aquellos que no creen en los finales felices, y para aquellos a los que el tiempo ha puesto en su lugar''

jueves, 23 de septiembre de 2010

Aquella noche

'' He elegido este título, en parte por mi experiencia, en parte porque me apetecía mostrar un pedacito de lo que se siente con el amor breve e intenso, que sin duda, para nada tiene qué envidiar al sempiterno amor, como el que se narra en las películas. No, sin duda ese amor no existe, quedan de él las huellas de un amor que pudo ser algo más y no fue. Dejo, por ello, esta pequeña narración que me sirve para ilustrar en parte un pequeño capítulo de mi vida.''

Aquella noche, a ella le habría gustado contarle, que su beso había sido sincero, que no respondía a vanas ilusiones ni a sueños imposibles, que le había salido del alma, que sus labios habían temblado al acercarse a los suyos, que al entrelazar sus dedos con los de él había vivido fuerte y protegida, que había sentido su pulso, su latido, como si fuera propio. Armonioso y cálido. Pero al cerrar y verlo tras el cristal, supo que no se lo diría. ''Es mejor que subas ya'', dijo él, con ternura. Y ella cerró con parsimonia la puerta, apoyando, entre mimosa y coqueta, la cabeza en la pared. Y empezó a subir con el corazón a punto de salírsele del pecho y las lágrimas empapando sus mejillas.
Aquella noche, a ella le habría gustado decirle que no lloraba de pena, que no era tristeza lo que ahogaba sus palabras, su risa..., que sus lágrimas no eran amargas. Lloraba porque se habían besado y había un montón de sensaciones sin nombre que se agolpaban en su cuerpo, sin poder expresarlas, sin saber ordenarlas, peleando entre sí en una lucha que desembocó en un llanto callado y húmedo, hondo. Ella sabía que él no era su chico y él sabía que ella no era su chica, pero se sentían unidos por esos lazos que ofrece, generosa, la vida. Y les resultaba hermoso tenerse. Saber que estaban. Sin más ataduras ni etiquetas. ''Tengo los labios como...ásperos, ¿verdad?'', susurró él, rozando el pelo de ella con su aliento.
Aquella noche, a ella le habría gustado explicarle que los labios de él eran como de hojaldre. Y que a ella se le antojaban dulces y quebradizos, como un pastelillo deslizándose entre sus dientes. Que su respiración era apacible y sugerente, que tenía aroma a madera. Que su mirada profunda, a veces melancólica, era envolvente y misteriosa.
Aquella noche, ella no pudo vencer la tentación de mirarlo marchar desde la ventana. Caminaba con decisión sobre el vacío de su calle en penumbra. Tenía un aire antiguo, de otra década, como de película de James Scott. Su cazadora, su peinado, sus patillas, los vaqueros y el cigarro le daban el aire de tipo sacado de una canción de Elvis Presley. No pudo sino mirarlo con cariño y sonreír.
Aquella noche, a ella le habría gustado decirle que no era tristeza sino contento lo que la acompañaba al meterse en la cama, aunque sintió dolor al saber que la última imagen de ella que él se llevaba esa noche eran unas eternas lágrimas escurriéndose por sus pómulos, intentando deslizarse por su boca, buscando la huella cálida y serena de él, tan reciente.
Aquella noche, a ella no le fue fácil conciliar el sueño y en su cabeza no paraba de sonar una canción: Cabecita Loca de Fondo Flamenco. Era como la banda sonora del corto que ambos habían protagonizado en esas horas tan maravillosas, exclusivas, sólo de los dos.
Aquella noche, evocando la letra de esa canción, ella tuvo una certeza: si algún día la nostalgia dañaba su corazón, el recuerdo de su voz, de sus ratos juntos, no darían jamás paso a la tristeza. Entonces supo que él era para siempre.


miércoles, 7 de julio de 2010

Mi pequeña Sara

*...Me gustaría que esto fuera como una especie de regalo para mis amigos, para la gente que valoro de verdad, la que siempre está ahí cuando sufres, cuando te derrumbas, cuando no ves salida al final del túnel, y te abren una pequeña puertecita al final del zulo en el que te escondes y guardas del miedo. Pues solo me falta una cosa, decir gracias. Quizá sea siempre una persona dura, bastante borde, y parezca vacía de sentimientos, pero hoy quiero reconocer que tan sólo es un envase, que a quien quiero lo demuestro cuando tengo ocasión, quizá no tanto como debería, pero que en el fondo mi orgullo ni yo misma valemos para nada, muchas gracias por estar ahí, os quiero...*

El amanecer traía rumores de una primavera lejana: la leve caricia de los primeros rayos de sol despertando el rocío, el río corriendo, acariciando la tierra en un transcurrir eterno, incesante. Un pájaro solitario. El paisaje callado. Las montañas, a lo lejos, impasibles. El huerto desperezándose. Las vides, los caballos. Un humo tibio, como de agua, ascendiendo del suelo hacia las nubes, huyendo. La casa, invadida de una tristeza rojiza, de tierra y frescor del alba.
El aliento mudo y caliente de la chimenea. La soledad. La pena. El paisaje parecía hundirse en un sollozo hondo, arrancado de lo más profundo del alma. La noche había sido un ir y venir continuo. Lloros. Pésames. Penas. Palmadas de ánimo, decenas de flores. Un bullicio desmedido. Desacompasado. Lutos y pañuelos. Y ella, ausente, ida. Y él, a su lado, roto. Acabado. Pepi se apoyó en el hombro de su marido para sentarse en la cama y ponerse las medias. Negras, claro. Los zapatos. Negros. A duras penas.
Se levantó y se acercó al espejo para recogerse el pelo en un moño alto. Estaba guapa, a pesar del dolor. Elegante, como siempre. Altiva, como era ella. Pero destrozada. La cara pálida, hinchada de llorar. La mirada ausente, hundida de llorar. Su cuerpo, esbelto, transmitía fragilidad, luto. Parecía que iba a caerse a cada paso.
En cada movimiento, por leve que fuera. Mientras Manuel se ajustaba el nudo de la corbata, miró la desvalida figura de su mujer, cubierta de negro, reflejada en el espejo. La abrazó y volvieron a llorar con desesperación. Con impotencia. Querían morirse. Se habrían cambiado por ella, sin duda, todos los días, y a todas las horas. Se habrían condenado a sí mismos a nacer y morir eternamente. Cualquier sufrimiento imaginable sería menos doloroso que enterrar a su hija con sólo 21 años. El día de la boda de Sara, Pepi y Manuel estaban exultantes. Su hija pequeña, se casaba con José Heredia en la ermita de la finca de sus abuelos. Era un buen matrimonio. Ella parecía una princesita. La dulzura se escapaba a borbotones por sus tiernos 18 años. Él era un hombre apuesto, tan sólo un año mayor que ella, 22 años, guapo, moreno y, lo que menos gustaba a sus padres, humilde y pobre. Los padres, que siempre habían considerado ''lo mejor para su hija'' que se casara con un heredero de una inmensa fortuna, con cuya familia unir la suya y así formar un imperio millonario. Pero no fue así. No. En principio se opusieron a su relación, y lo negaron en todo momento, hasta que se dieron cuenta de que él amor entre ellos era tan fuerte y profundo que podría con todas las complicaciones que les pusieran de por medio. Se casaron pues, y se fueron de viaje de luna de miel a Egipto en pleno verano. Sara volvió de su luna de miel extremadamente delgada. ''Los calores hija...Irse en mitad del verano a Egipto tiene delito'', le dijo su madre Pepi. Su permanente tristeza. Su boca callada. Su mirada perdida, oscura. Sus largos paseos a caballo. La soledad de su rostro...Ni uno ni otro sabían ver que su hija vivía un calvario. Achacaron su manifiesta infelicidad a su juventud, su inmadurez.
''Creo que la niña nos echa de menos, Manuel. El domingo iremos a verla'', le dijo Pepi una descarnada madrugada de marzo. La comida en casa de su hija y su yerno fue una tortura. Silencio. Sólo el sonido de los cubiertos chocando en los platos.
''Mañana iremos a por ella'', dijo Manuel al meterse en la cama. No hubo mañana para su hija. A las tres de la madrugada, el teléfono quebró la noche muda. Llamaba la guardia civil.

domingo, 4 de julio de 2010

Cartas a un amor prohibido.

Tal vez, en la luna de mi universo,
consiga darme cuenta de que el amor,
por mucho que lo desee,
no se hizo para mí.

Niña inocente y atolondrada,
que cuenta sus penas en un cuaderno,
manchado de sollozos,
y de corazones rotos.

Lenguas del desierto que despiertan en mi cabeza,
sonido de las aguas que lentamente caen y bañan la orilla de mi infierno,
que poco a poco lavan la carroña del recuerdo y del rencor,
de amores destruidos.

Vocecilla en mi interior,
que calla por el sufrimiento y el dolor,
que producen las acusaciones ajenas,
y la envidia de un amor que acaba de nacer.

Un mar de lágrimas,
que empalaga mi pensamiento rencoroso.
Y me pongo a pensar en todo,
en todo lo que no te he dado,
en el tiempo que tuve,
para estar a tu lado,
tres meses no son nada,
al lado de lo que queda,
de lo que me gustaría que quedara por vivir.

Pero no queda nada,
tan solo una daga emponzoñada en mi pecho,
donde antes las caricias de tus palabras habitaban,
y donde ahora solo resurgen las cicatrices del pasado.

Mi cuello, por donde ayer tus labios pasaban,
suavemente, y estremecían hasta mi mente,
donde ahora sólo quedan lágrimas contenidas,
que luchan por salir.

Decisión impasible en mi mente,
limitada por la poca diversidad de soluciones,
pero mi amor será tan fuerte, indeleble,
que eliminará toda frontera entre nosotros dos.

Mi alma encontrará la respuesta correcta,
en la Avenida de los Corazones Rotos,
por donde solía pasar y tomar,
una infusión de lágrimas sin amor,
acompañadas de dolor.

La palabra más bonita,
que en mi mente se revela,
es decir te amo sin decirlo,
que calle mi boca, y que hable mi alma,
y los sueños de mi mente,
todo aquello en lo que solamente decide el corazón.

¿Qué más da si el viento nos arrastra a su abismo?
¿Qué más da si un fuego nos abrasa?
Cuando el nuestro es más fuerte,
cuando el nuestro puede con todo.

viernes, 2 de julio de 2010

Nostalgias y melancolías

Nostalgia de tus labios para oírte,
de tu cuerpo fugaz para abrazarte,
y de tu esquiva faz al no encontrarte,
y de tu raudo paso al perseguirte.

Nostalgia de tu voz al presentirte,
en el labio que calla por besarte,
y los ojos cegados por mirarte,
y en las manos, sin ti, por no asirte.

Melancolía del verano de tu cuerpo,
de las curvas de tus manos,
que, lentamente recorren todos los poros de mi cuerpo,
y me estremecen, lentamente,
con melancolía.

Melancolía de las tardes en tus comisuras,
de tus labios besando lentamente mi cuello,
y un instante de placer, de pensar en el momento,
que recorre la línea cruel de mi destino,
que no se detiene por mi amor ni por tus besos.

Me gustaría que llegara el momento,
que pudiera huir, sin dudarlo,
de la atmósfera que me protege de tu amor,
al que sin duda no tengo miedo.

Espero incesantemente la llegada de mi felicidad...

domingo, 27 de junio de 2010

Pensamientos y tristezas desoladas ...*

-.Un desgarro de tu aliento, que me lleva al infierno de la mente, del pensar, del plantear, la causa, el motivo, la razón, de aquello que fue o no fue, de lo qe paso o pudo pasar, de lo que faltó en aquella eternidad.

-.De lo que paso tras paso fui labrando, en el camino de mi soledad y mi tristeza, aquella sangre derramada en el parquet de mi existencia, dejando huella imborrable y la tristeza honda en el corazón.

Todo lo que viví, o dejé de vivir, con o sin motivo, corazón roto, desgañitado de llorar tu nombre, con ternillas restantes del mordisco de la fiera que llevo dentro, de todo lo que me ata a tí, de todo lo que me separa.

-.Falso sentimiento que abraza mi peligro, mi soledad, la pasión contenida bajo una apariencia tímida, la mente vacía, tan solo un vago pensamiento ronda por ella, quizás sucio y necesitado de cariño y de amor.

-.Rezago de mi mente al pasar por los momentos, los segundos, los latidos, cada beso, cada mordisco, sentimiento pasional que me arrastra sin pensar al túnel de tu infinidad.

-.Llorar al saber cada te quiero, cada te amo, cada no me quiero separar nunca de tí, cada eres única, cada si pudiera hacerte mía, tan solo por un momento, sentir tu corazón latir en mi pecho.

-.Frío sentimiento que despierta en mi cabeza, en el muro de mis tinieblas, en la densidad de tus abrazos, en la esperanza del resurgir que no surgió, en lo profundo de mi alma.

jueves, 10 de junio de 2010

Confusiones cardíacas

Érase un corazón arrepentido de errar moribundo sobre el camino de la soledad. No aguantaba más burlas, más corazones partidos, no más amores, no más odio, no más sentimientos.
Tomó una decisión, aparecer impasible sobre cualquier sensación de alegría o tristeza, sobre todo, no sentir, denotar frialdad, y ante todo aquella confusión en su mente.
Sara era una muchacha atolondrada, pero madura ya. Cansada de tantas experiencias tristes y dolorosas en cuanto al amor. Ya no quería saber nada de él, permanecía impasible sobre todo sentimiento, todo lo que tuviera que ver con verse afectada de alguna forma.
Permaneció con su corazón congelado y cerrado de forma hermética durante el tiempo suficiente para poder abrirlo con nuevas esperanzas.
Un muchacho joven, que apenas conocía, apareció en su corazón casi al mes de haberlo conocido. Decidió arriesgarse, no aguantaba mas así, pensó que las oportunidades sólo se presentaban una vez en la vida, y que quizá, ésta no debería desperdiciarla. Y no lo hizo. Comenzó a sentir cosas que llevaba años sin sentir, sensaciones exóticas y extrañas en su organismo, corazón y mente. Y poco a poco aquel chico se fue apoderando de su mente y de su corazón. Sólo existía él. Fuera lo que fuera qe pensase, siempre estaba él, ocupando una pequeña y solitaria llanura en la inmensidad de su corazón. Sinceramente, no sabía lo que había hecho para abrirse camino entre tanta maleza despojada de deseo y de amor, pero lo había conseguido y ahora era un vínculo indestructible. O por lo menos eso pensaba la ilusa.
Luego se dio cuenta que el camino del amor no era tan sencillo, que había cosas que tenían más importancia que los sentimientos, y se rindió a aquel corazón congelado que había abandonado por un tiempo.
Era mejor dejarlo así, congelado en las infinidades de un amor desafortunado.

lunes, 7 de junio de 2010

¿Quién soy? Desolaciones de una mujer que ha perdido el rumbo...

Muchas veces me lo he planteado, y nunca he encontrado una respuesta. Ahora, a mis dieciséis años de edad, sigo sin saberlo. Y es que las personas inmaduras como yo, no saben nunca lo que quieren, ni siquiera se plantean el mañana, sólo el presente, pero tampoco saben cómo actuar en el presente.

La vida se basa en dos pilares; familia y amor son imprescindibles. Algunas veces tu propia familia te limita el otro pilar e intenta destruirlo. Para algo estamos nosotros, para defenderlo y sostenerlo sobre sí mismo.

Necesito esto como reflexión de mi propia existencia. Hace un tiempo parecía que me había encontrado a mí misma, pero no era verdad, sólo una visión en todo mi abismo.

Y seguir haciendo daño a las personas que te rodean. Aunque tengas sentimientos, esa dureza interior te impide continuar, y todo por tu propia inseguridad. Me gustaría encontrar esa paz interior que todo el mundo busca y muy pocos encuentran. Quizá entonces, cuando sepa confiar en mí misma, sea capaz de confiar en los demás y entregarme a la gente que me quiere. Lástima que todavía no la halla encontrado.

Muchas veces, tu corazón habla y tu boca lo calla. Calla ese sentimiento de insatisfacción que tanto daño te hace por dentro. Me gustaría callar mi boca y dejar que hablara él a veces, quizá todo iría mejor de ese modo. 

Lo único que no quiero es perder todo por lo que he luchado en este tiempo, lo que amo, y por lo que daría la vida si hiciera falta. Hay veces que las personas a las que amas te duelen más que tus propias heridas, y yo sé de sobra que si alguien intenta herir a lo que más quiero, no estoy segura de lo que sería capaz de hacer. Cualquier cosa, enloquecería, histérica, gritando hasta desgañitarme, porque es lo que siento, y la gente dura también tiene sentimientos, pero yo no sé demostrarlos. No lo suficiente. Quizá ese sea mi mayor problema.


Necesito hacer una búsqueda interna para saber cómo actuar en ciertas ocasiones. Todo esto lo reflexiono yo en mi mente, pero soy incapaz de abrirme, incapaz de no hacer daño con mis acciones y no con mis palabras.


El lenguaje todavía se controla, los actos no, y el subconsciente menos. Quiero que calle mi boca y hable mi corazón...

martes, 18 de mayo de 2010

Sin mirar atrás...

Me miró. Y ya todo estaba decidido. Esos ojos, no los podía sacar de mi mente. Ni de noche ni de día. Me perseguían donde fuera que soñara o despierto pensara en ella. Llegué a pensar en una obsesión extraña. Pronto me dí cuenta que esa sensación extraña que acorralaba mi corazón era amor. Nunca había notado esa sensación en mi corazón, que se hacía un pequeño puño cada vez que su imagen rozaba mi mirada. Sin duda, estaba loco por ella, y no sabía como decírselo. Su belleza me superaba, no podía más, tenía que quitarme ese peso de encima y declararle lo que sentía, para quedarme más tranquilo. Total, si el no ya lo tenía, ¿qué iba a perder?
Nunca olvidaría ese día con sus amigos en la pradera, cuando una chica tímida y risueña apareció de la mano de su amigo Óscar. Óscar era su mejor amigo, siempre estaban juntos, y se contaban absolutamente todo. Fue el primero en saber los sentimientos de Pedro.
Aquella tarde me decidí, se lo diría, ya no aguantaba más. Aquella joven risueña me había arrancado algo de sus adentros. No lo pensé más, y quise hablar con ella. Llamé a su teléfono. Lo descolgó su padre. Cuando preguntó quién era le dije qe un compañero de clase que pedía la tarea de aquel día.Vociferando llamó a su hija Ana, quien sofocada contestó el teléfono. Se dio cuenta enseguida que era Pedro, hablaron y hablaron por horas, quiso decirle algo importante, pero no pudo, quizá por la voz irónica de Ana, quizá por la verguenza que lo acorralaba. Sólo le dijo: Sabes qué? y colgó el teléfono.
Ana se temió a lo que se debía su llamada, pero intentó distraerse. Esa distracción sólo perduró hasta la noche, cuando volvió a llamar y le declaró su amor sincero y puro.
 La voz de Ana se cortó, no era capaz de pronunciar palabra, y, además, estaba temblando. Él tambien temblaba. Ninguno de los dos hablaba, sólo se escuchaban mutuamente el sonido de un respirar nervioso y tembloroso. Finalmente, Ana tuvo qe marcharse a su habitación por petición de su padre furioso.
Al día siguiente, volvieron a hablar, ya más calmada Ana y con las ideas más claras. Esa misma noche le declaró a Pedro que sentía lo mismo, pero que su miedo a volver a fracasar en una relación se lo impedía. Por suerte, tuvo fuerza de voluntad suficiente para volver a intentarlo. Si hubiera sido otro, no hubiera seguido insistiendo en su amor por ella, pero Pedro era distinto a todos los que había conocido antes. La amaba demasiado como para dejarla marchar. Y quizá Ana nunca se arrepentiría de haberle dado su sí y una oportunidad a él, el que más la amaba, y otra, por supuesto, a ella misma.

lunes, 17 de mayo de 2010

Unas vacaciones infernales


''Bien, pues a causa de que gané el segundo premio de narración de mi instituto, quería publicar esta entrada qe contiene mi historia, para que la podáis leer. Un besito.''


Samantha cerró su bolso y se dispuso a abandonar la casa. Una sonrisa brillaba en su boca, sobre todo el diamante que hacía unos días se había implantado en un diente.
Estaba feliz, se sentía dichosa. Por fin iba a conseguir lo que quería, y lo obtendría por la mitad de precio que había imaginado. O por el doble.
Se dirigió a la estación de tren. Se informó sobre los horarios y, viendo que el que la dirigía donde ella deseaba se demoraría entre media hora y unos cuarenta y cinco minutos, decidió hacer una visita a la cafetería de la estación.
El propietario de aquel bar era un hombre sucio, grosero y con mugre entre las uñas de los pies, que se veían a través de sus sandalias roídas y llenas de moho.
Le preguntó qué deseaba, pidió un vaso con agua del tiempo, y en el sucio mostrador, un vaso polvoriento fue llenado por él de agua del grifo calenturienta.
Como le pareció una falta de educación, se tomó la molestia de comprar un pequeño pincho para almorzar durante el viaje.
Se despidió del dependiente, salió de la cafetería y se dispuso a sentarse en un banco cercano a las vías. En él, una señorita joven, de aspecto cansado, portaba a un crío de poca edad en brazos. Se acercó para preguntarle la hora. Muy amablemente susurró que eran las cinco en punto. Le dio las gracias y ella volvió a su postura anterior, tambaleándose sobre sí misma con la criatura, esta vez en su regazo.
A falta de cinco minutos para que finalizara el plazo para la llegada tardía del tren, oyeron un extraño chirriar en las vías que nos despertó de nuestros ensimismamientos.
Entró apresuradamente en el vagón y se sentó lo más cerca que pudo de la ventana de emergencia. Sin saber muy bien por qué, viajaba aterrada. Toda la gente con la que se había cruzado era de una rareza extrañísima. No pasaba nada, en dos horas estaría disfrutando del clima cálido de su destino.
Le habían encargado traducir unos documentos oficiales en una de las oficinas del Ministerio de Decretos Provinciales de un pueblo cercano a Andarías, su ciudad natal, situada en la frontera entre Martinico y la Española, dos islas preciosas separadas por un lilo de mar. ¡Qué tropical le pareció todo! Normal, en aquellas tierras casi todo lo era. Ya se arrepentiría de haber aceptado el trabajo. Un sentimiento atroz se apoderaba por momentos de su alma, y ni siquiera sospechaba a qué se debía. Muy pronto intuyó que algo en aquel vagón no marchaba bien.
La joven rubia que había hallado en la estación de trenes de Andarías había desaparecido.
Incluso Samanha recordaba haberla visto subir a aquel vagón, cargada con el carrito de la niña y un cesto de mimbre. También recordaba el asiento exacto en el que se situaban. Lo que no recordaba era el momento exacto en que, tanto la joven señorita, como el carrito, habían desaparecido de su campo visual. Sólo quedaba la niña, cuya pequeña cabeza asomaba entre el asa de la cestita de mimbre y su respectiva tapa.
Por fin llegó a su destino. Pero no podía abandonar a esa criatura allí. Le dio un vuelco al corazón, tomó la niña en brazos, encargó a un muchacho negro que cargara el equipaje hasta el hoterl, mientras se dirigía apresuradamente al punto de informació o recepción. En la cesta había también un bibierón de plástico, en el cual sobraban unos mililitros todavía, también una cartilla médica y un documento nacional de identidad perteneciente al padre de la criatura.
Luego le informaron de que todos esos papeles eran falsos, de que la criatura había sido abandonada por la madre y de que el padre cumplía condena por robo con fuerza en una prisión de San Petersburgo.
¡Cuántos territorios recorridos entonces!
Más relajada, y dejando a la niña en buenas manos, se dirigió a un lujoso hotel. Lo primero que hizo fue darse una mortífera ducha de sengre en su estancia. Alguen había aprovechado cuando el muchacho negro entró, para aguardarla desde el lado oscuro. O por el doble de dinero, había sido comprado para matarla.
En aquellos lugares alejados de la mano de Dios y, sobre todo, de cualquier tipo de justicia humana, se cometían muchos crímenes políticos, que ni por asomo serían investigados. Por supuesto, este no iba a ser la excepción.
Las oficinas a las que debía dirigirse para ocupar su puesto al día siguiente por la mañana reclamaron su ausencia en la embajada.
Imposible ya de recuperar era el cuerpo.
La investigación llegó más lejos de lo que se esperaba. Lo que habrían sido unas vacaciones pagadas, solo por traducir unos cuantos textos, se había convertido en la daga que apagaba la luz de su vida.
Samantha tenía un novio. O mejor digamos tuvo. Siempre quiso ir a vivir a ese lugar. Cuando Samantha le comunicó la noticia de que se hallaba en estado de buena esperanza, a su novio Dominique se le hizo un nudo. Él tenía la ilusión de ser padre algún día, pero aquella noticia tan inesperada le marcó profundamente.
Él no podía mantener una familia, vivía en la pobreza más extrema, tenía que robar para poder alimentarse, decidió que nunca más volvería a pasarle otra vez lo mismo, acabar en la cárcel por mantener una familia. Por eso mató a Samantha, embarazada de su criatura, justo antes de sus vacaciones, justo antes de que descubriera que el padre de la criatura abandonada en el tren era él.

lunes, 10 de mayo de 2010

Una vida de sueño

'' Para mi amor, para que vea que aunque todos tenemos dos caras, una más amarga que otra, en el fonde tenemos sentimientos, mucho más profundos que los que se muestran con facilidad..te amo, mi vida, lo eres todo...''

''La cena está servida''. Al oír la frase de boca de Gaspar, Elena cerró su novela y la dejó sobre la mesilla de caoba. Se levantó con parsimonia del viejo sofá de terciopelo rojo y anudó su bata de seda. Le mandó atizar la chimenea a Gaspar y le rogó que, tras la cena, le sirviera una copa de Oporto rojo en la biblioteca.
Gaspar asintió con la cabeza y juntó sus manos enguantadas a la vez que bajaba la mirada. Elena pasó disciplente ante el sirviente, que siguió con la mirada fija en sus firmes pasos, adornados con unas coquetas zapatillas rematadas en un pompón que a Gaspar le parecía, simplemente, rídiculo.
La joven abandonó la habitación y se dirigió hacia el comedor mientras el hombre permanecía unos segundos más en la misma postura, con los ojos ahora fijos en los bordados de la alfombra persa sobre la que estaba un curioso entramado de motivos vegetales y geométricos. Las palmadas de Elena reclamando su presencia en el comedor sacaron a Lorenzo de su ensimismamiento. ''¿Qué desea la señora?''.''¿ Que qué deseo? Es obvio. Cenar. ¿Dónde está Mati? ¿Por qué no está sirviendo mi mesa?''. ''Lo siento, señora''. Estará en la cocina. Ahora mismo la hago venir''.
La criada, apurada, llegó y comenzó a disculparse. ''Lo siento, señora. Estaba macerando el pescado para que mañana esté a su gusto...y se me ha ido el santo al cielo''. ''Basta de disculpas. Nada justifica que me llaméis a cenar y luego yo tenga que esperar para que me sirvan la cena''...
''Sí, señora'', añadió Mati. Y calló.
Elena empezó a comer su faisán sin ninguna apetencia. Con la mirada fija al frente, auscultando la mesa interminable, sólo ocupada por viandas deliciosas que acabarían en la basura porque nadie las tomaría.
¡Todo era tan señorial, tan bello y tan decadentemente solitario! Elena rompió a llorar.
Un frío y penetrante sentimiento de desolación envolvía cada uno de sus gestos, de sus palabras. Hasta era desagradable con Gaspar y Mati, a los que tanto quería, lo que subyacía en ella no era maldad, sino un doloroso sentimiento de frustración. Rápidamente enjugó sus lágrimas para que nadie la viera llorar y se fue a tomarse su Oporto junto a la chimenea de la biblioteca.
Se recostó en el sofá y empezó a mirar a su alrededor. Tenía todo con lo que había soñado desde niña: una gran casa, buena comida, lujos y placeres. Algo más satisfecha y tranquila, se quedó dormida.
''Vamos. Hay que despertarse. Este sitio no bueno para dormir'', le decía Gaspar mientras la movía con dulzura. Elena se despertó sobresaltada. Al ver a Gaspar tan cariñoso, tan agradable, tan risueño, se alegró y sonrió generosamente. ''Vamos, busquemos un sitio mejor para dormir. Aquí, en el parque, pasaremos frío. Quizá debamos ir al albergue. Mati, la cocinera, nos dará algo de cenar'', dijo el hombre, quien, al mirar la sonrisa de ella, tan amplia, añadió: ''Vaya, te despiertas de muy buen humor. Has debido soñar algo muy agradable''. ''No creas, es mejor la realidad'', dijo ella. Y tendió su mano hacia su amigo, que la ayudó a levantarse del banco. Sus figuras, que empujaban el carrito de la compra en el que tenían todas sus pertenencias, se perdieron entre los árboles acompañadas de su animada conversación. El atardecer caía silencioso, sólo interrumpido por la estruendosa risa de Elena.




lunes, 3 de mayo de 2010

¿Apariencia o realidad?

''Una simple redacción del instituto que me hace reflexionar sobre el existencialismo y las razones para vivir, un motivo más para seguir escribiendo y de paso limpiar de cualquier mal sentimiento mi corazón, no guardar rencor, aprender de los errores...''

Toda persona tiene dos caras. Incluso los más sinceros. Los más cobardes. Los más tímidos. Sobretodo los más tímidos.
El límite entre la farsa y la realidad se alcanza fácilmente, algunas personas lo llevan dentro, otras, debido a las circunstancias se ven obligadas a dar una apariencia errónea, quizá por no romper amistades de años, quizá causando la destrucción de una fuerte y sólida, ayudar a pavimentar otra más antigua, construida en años y ahora en ruinas.
Muchas veces no nos damos cuenta y sin quererlo, mostramos una apariencia falsa, incluso cambiamos e intentamos cambiar a los que nos rodean. Esto hace daño a las personas que están a nuestro alrededor.
Aquí se halla la diferencia entre la sinceridad y la falsedad, las personas sinceras se arrepienten de sus fallos y piden perdón, las falsas, que se unen en amistad estrecha hasta un fallo de una de las dos personas ( un tercero sobraría), muchas veces esperado, para usarlo a modo de excusa, no perdonar y apartarte de su camino, ¿para qué llorar, si eso es lo que conseguimos a costa de la falsedad?
Ésta es la sociedad falsa o poco sincera, incapaz de perdonar, lo que también implica orgullo y soberbia, que muestra un reflejo de su rabia en los insultos que se profieren sin pensar cuando se escudan en los errores de sus amigos.
¿Qué pasa?¿Muy bonito todo mientras dura?¿Y si luego algo se interpone en el camino?¿Qué sucede? Nadie es perfecto, nadie se puede creer Dios, el simple hecho de creerse perfecto supone no serlo, la perfección es inexistente, esa prepontencia sólo lleva al mal camino, rabia, ira, envidia, odio...muerte. Según dicen, ''la envidia es la madre de todo lo malo''.
Está en la conciencia de cada ser humano, cada acto acometido implica unas consecuencias de las cuales se debe responder. También está en la conciencia de cada uno saber perdonar...



jueves, 29 de abril de 2010

Y viceversa

 ''Todo esto viene a un estado, mi estado, no muy habitual en mí. Cuando yo empecé a sentir, a saber a quién quieres, por quién sientes o por quién no, no era consciente de que el amor llega, tarde o temprano nos alcanza a todos. Esa gran epidemia la padecemos todos, los más y los menos, incluso los que dicen que el amor no está hecho para ellos. Ahora me doy cuenta de las palabras sabias de todo aquel que me rodeaba, que me imploraba esperar para encontrarlo, y por fin lo hallé. Por ello quiero dedicar esta historia a alguien de mi familia, alguien que aprecio muchísimo, es mi primo Mario, una persona de inteligencia inigualable, carácter moderado, sabe cuando decir cada cosa, en fin, alguien ejemplar para mí, de quien he tomado modelo, y expondría como modelo para todos los demás. Dicho esto, mil gracias primo, por todo lo que haces por mí, y por ser como eres, te quiero..''

Alberto y ella se conocían desde hacía mucho tiempo. Tanto, que a él le parecía imposible que, tras tantas idas y venidas y pruebas de amistad, pudiera haberle gustado a ella en algún momento. Y viceversa. Él tenía un bar cerca de la casa de ella. Estaba decorado con madera y velas y, al fondo, tenía una pequeña librería y unas estanterías con juegos de mesa. Los fines de semana, ganaban la música y el fútbol por goleada y él no paraba de trabajar, aunque, si iba ella con algún amigo, o incluso con algún novio -uno de esos que había tenidoy con los que siempre acababa mal, llorándole a Alberto en la barra-, él buscaba un huevo para tomar algo, sentarse en la mesa done estuviera, hacerse el simpático con sus amigos...
La apreciaba con sinceridad y adoraba su compañía. Entre semana, él tenía trabajo. Las mesas se llenaban de estudiantes que tomaban café, leían o jugaban al Trivial.
Y ella, de vez en cuando, al llegar del trabajo y antes de subir a casa, pasaba a tomar algo con él. Y eso le gustaba. Él tenía a su novia de siempre. No sentía que su vida fuera especialmente feliz o infeliz. Vivía, y con eso le bastaba. Ella había dado tumbos con uno y otro. Que si Sergio era un egoísta y Luis la engañó. Que si Martín la aburría, de Ignacio no acababa de fiarse...
En fin, que su corazón, aunque rebosante de amigos, latía mas solo que la una. Ella quedó con Eva y Clara para tomar algo. Y fue al bar de él, que la recibió la mejor sonrisa y un sincero ''cada día estás mas guapa''. Él, claro, se llevó de propina un ''tú tampoco estás nada mal'' y un par de besos en la cara. Cuando ella se marchó con sus amigas, él empezó a ser consciente de que no quería que se fuera. Que se había quedado con ganas de hablar más, de mirarla más, de sentirla más. Y viceversa.
En la soledad del cierre, con los taburetes vueltos sobre el mostrador y escuchando una última canción que él sabía que a ella le encantaba, Alberto apuró su vaso diciéndose para sí que había cosas que era mejor no pensar. Total, si en quince años no había reparado en los ojos verdes de ella, por qué ahora iba a morirse por verlos. ''Tonterías'', dijo en voz alta. Apagó la luz y se marchó. Ellos no se llamaban nunca. Sólo se veían en su bar, por lo que si ella, por la razón que fuera, no bajaba, podían estar semanas sin verse, que a él empezaron a parecerle una eternidad.
Ese día, ella había tenido una jornada laboral de las que es mejor olvidar. Era jueves y el reloj marcaba las ocho cuando aparcó el coche al lado de casa. Al apagar la música, se dio cuenta de que llevaba toda la semana escuchando un disco que le había grabado él y que, después de ese día tan horrible, lo único que le apetecía era verlo. En cuanto cruzó la puerta, los ojos de él se iluminaron, y su sonrisa se abrió hasta el infinito. Los corazones se aceleraban por segundos. Todo pasó a la vez. Y el mundo que les rodeaba se hacía pequeñito si se miraban. Y ahí estaban, quince años después de haberse visto la primera vez, precisamente en el bar, locos por cogerse de la mano. Disimulando que no se morían por besarse. Sujetando el latido del veinteañero que era cuando se hablaron la primera vez sin saber que hoy, tanto tiempo, tantos amores, tantas risas, tantos llantos después, estaban uniendo sus destinos para siempre.

martes, 27 de abril de 2010

Por casualidad

 ''Esto te lo dedico a ti, mi amor, poco a poco te voy queriendo más y más, ahora sé que el amor no nace, se construye, cada día a base de amor y cariño, de demostraciones, no sólo las palabras sirven, sino también el saber estar, y el saber amar. Por eso quiero darte esto, no vale mucho, vale más tu amor, desde el primer momento me has dado todo lo que tenías, tu amor y tu tiempo, y un apoyo incondicional, te quiero..''

Lo mejor de las cosas buenas es que pasan sin que las busques demasiado. Eso les había ocurrido a Pedro y Sonia, que no se habían buscado. Su encuentro tuvo lugar en la cafetería de la facultad, cinco años atrás. Y fue, como todas las cosas buenas, por casualidad, sin pretenderlo. Sonia estudiaba Filología Inglesa; Pedro, Biología. Ella era de familia bien; él un superviviente: compartía piso con tres estudiantes y sobrevivía con trabajos mal pagados, horarios infernales, pocas horas de sueño y sin un duro.
Ella era aplicada, estudiosa y pasaba los ratos libres en la biblioteca. Sus buenas notas se las debía a la constancia. Él era caótico, inteligente y arrollador. Pisaba las clases con poca frecuencia y era un asiduo a las partidas de mus de la cafetería.
El día que se conocieron, él se fijo en la boina gris de ella, sobre la que hizo un chiste que rieron con ganas  sus compinches de la baraja.
Ella hizo oídos sordos a la tontería pero, al pasar junto a su mesa, le sacó los colores con un corte de los que hacen historia.
Y ahí comenzó su historia de amor. Porque él, superado el bochorno, no se amilanó, no. La siguió por el pasillo y no paró de hacer bobadas hasta que consiguió su risa, franca y fresca, y una cita.
Se sucedieron los cines, las cenas, las copas...Se enamoraron como jamás podrían haber imaginado. Viajaron juntos, leyeron juntos, bailaron juntos y amaron juntos, el uno al otro. Vivieron juntos.
Sabían que ese era el paso más importante de cuantos habían dado, pero estaban convencidos. Alquilaron un estudio, lo llenaron con sus libros, su música, sus películas y su cariño y, en tiempo récord, habían formado un hogar. Se juraron amor eterno. Sonia, acostumbrada a las comodidades, perdonó el hecho de no tener ascensor, y Pedro fue abandonando -por el bien de la relación- las juergas con sus amigos.
Y, como las cosas buenas llegan sin esperarlas, Sonia se quedó embarazada. El día que lo supo, pasó por el mercado y compró la cena. Quería que la noche fuera especial y compró lubina para hacérsela al horno a su chico, que le encantaba.
LLovía con fuerza. Sonia subió corriendo la escalera de su casa. Estaba nerviosa, pero también contenta. No se había planteado nunca ser madre, pero ahora que iba a serlo sentía una gran satisfacción por estar esperando un hijo del hombre que amaba.
Al igual que las cosas buenas, las malas también llegan sin esperarlas. Sonia abrió la puerta de casa y escuchó con horror, unas risas femeninas que venían de la habitación, de su habitación. Sonia cerró de un portazo y se marchó para siempre. Caminó durante horas bajo la lluvia. Lo siguiente que recuerda es su despertar en la habitación del hospital y la cara del doctor que le explicaba que había perdido al niño, pero que podría tener más. Sonia no escuchaba nada. Ya no sentía. Algo recuperada del shock, decidió empezar de cero. Se marchó al extranjero.
Pedro, por su parte, nunca se perdonó lo que hizo aquel día: dejarle las llaves de casa a su amigo David para que pasara un rato allí con María sin que Sonia lo supiera. Y, aunque la buscó desesperado para explicarle el equívoco, jamás la encontró. Como las cosas buenas pasan sin buscarlas, él no ha perdido la esperanza de volver a verla, algún día, quizá por casualidad.

sábado, 24 de abril de 2010

cap.3 Mala conducta

Una mano fría. Soledad. Miedo. Aire. Descanso por fin. Corrió hasta quedar sin fuerzas por aquel pasillo poco alumbrado.
Cuando el sofoco le impedió continuar, una ráfaga de sombras la acorraló. Sintió una presión en su pecho que le obligaba a parar, el pasillo se acababa, avanzaba a pasos muy cortos y lentos.
Se halló impedida en aquella lúgubre esquina. De repente alguien encendió una luz, y viéndola en ese estado, la condujo a su habitación. Se sentó sobre su cama hasta que quedó dormida.
No se había dado cuenta de que Sofía ya no yacía tumbada en aquella cama.
El efecto de la droga la hizo caer en un sueño profundo, demasiado profundo.
Cuando despertó, se dio cuenta de que el frío le helaba las piernas, y el pecho, y el cuerpo, y se desangraba, y moría. Aquellos riñones que no tenía, digamos el espacio vacío ensangrentado en su regazo, estaba lleno de hielo y agua. Solamente un teléfono a la otra punta de aquel cuarto de baño, en el cual una sola luz central, una bombilla que casi no iluminaba nada, le daba la oportunidad de salvarse, pero ella ni siquiera podía levantarse de aquella bañera y caminar en la estancia.
Se incorporó, y vio en el suelo de la habitación una toalla blanca. Tambaleándose, se levantó y se envolvió la cintura con la toalla. Chorreaba la sangre por todos lados, ya casi ni veía los azulejos blancos de las paredes, sólo manchas rojas por todas partes. Con mucho esfuerzo, llegó al lugar donde el auricular del teléfono colgaba del techo, titubeó antes de pulsar el 945 (servicio de emergencias en aquella ciudad) y segundos después cayó desmayada al suelo.
Cuando se despertó de aquel sueño extraño y doloroso, se vio envuelta en sábanas blancas de un hospital, preguntó por su amiga Sofía primeramente, y como nadie le contestaba, se hizo constante que había muerto.
Se culpó por lo sucedido, su cabeza reparaba constantemente en que si no hubieran parado en aquel sucio y lúgubre hostal de carretera, todavía seguiría viva. Sólo culpa suya, solo suya.
Sólo se supo de Sofía que varios meses después apareció, solo parte de su cuerpo, quitando los brazos y las piernas y sus ojos que habían sido arrancados de cuajo con un tenedor.
La macabra escena enloqueció a Sandra, que dos días después fue internada en un centro psiquiátrico, donde nunca más volvió la capacidad de razonamiento a su cabeza, sólo un espejismo por las noches que la despertaba sofocada, de aquella sombra que ella persiguió la cual portaba un cuchillo en sus manos.
Pero...había sido un espejismo, o sólo un reflejo de sí misma? Un reflejo de su lado más maligno y perverso?

viernes, 9 de abril de 2010

cap 2. La sombra de los invisibles

Iban subidas a una furgoneta de mala muerte destartalada. El guardabarros rozaba el suelo y producía un sonido chirriante bastante molesto al oído humano. Los limpiaparabrisas estaban arrancados de cuajo y el propio parabrisas llevaba una especie de vendaje de cinta americana y celofán.
Por todas estas razones y porque el conductor del minibus destartalado era tuerto y cuando te miraba parecía estar viendo algo extraño detrás de ti, cosa que causaba escalofríos cuando los viajantes subían y bajaban de él, Sandra y Sofía viajaron con miedo y en un trayecto tan largo, la falta de sueño las causó fatiga y pronto comenzaron los sucesos extraños...o tampoco tan raros.
Al fin, cansadas de tanto bamboleo de hierros de aquel casi putrefacto automóvil, le susurraron al extraño conductor que parara enfrente de un hostal de carretera.
Ponía Motel ''El Paladar'' en una chapa justo encima del tejado, del cual tan solo las letras L, A y R, en su orden respectivo, estaban iluminadas con aquellas flashes de color rosa fucsia que hasta le proporcionaban un aspecto de prostíbulo al hostal.
Entraron a una pequeña salita que hacía de recibidor. Allí se observaban a simple vista algunos sofás de eskay, quizá roidos en las patas de madera por ratones que merodeaban debajo de mesas y sillas que se situaban en posición estratégica para simular un pequeño salón. En una de las mesas había un montón de platos, apilados unos encima de otros, los hondos despostillados en su borde. También había servilletas de tela roja con cuadritos verdes, a juego con el hule que cubría la superficie de aquella mesa.
Traspasando una puerta que en un pasado hubiera sido roja, pero que ahora, a causa de la carcoma se hallaba a trazas pintada, se encontraba una especie de taquilla, detrás de la cual un joven distribuía las llaves de los cuartos de la planta de abajo, y la del cuarto de contadores, que era el lugar que el hostelero administraba a los encargados de limpieza.
Pidieron una habitación con comodidades, luz y agua caliente y, a ser posible, una estufa para poder calentar sus cuerpos congelados por el frío que se colaba por la rendija de la puerta. Desgraciadamente se tuvieron que conformar con un cuartucho, que a lo mucho tendría unos 7 metros cuadrados. Sólo una triste bombilla de bajo consumo alumbraba la mitad de la estancia. La pared estaba cubierta por un papel desgarrado que en un pasado simulaba formas chinescas y el frío suelo denotaba que una moqueta había sido arrancada de él recientemente. La cama tenía una sábana y una manta únicamente, por ello les fue necesario acurrucarse para conservar el calor. Con cada movimiento en estado de somnolencia de cualquiera de las dos, los férreos barrotes de la cama crujían y sintieron miedo de que el somier de láminas fallara y el colchón cayera al suelo.
Todo el mundo dormía aquellas horas, salvo Sandra. Pensaba, pensaba y pensaba, y su cabeza no la dejaba reposar ni un minuto. Al fin cayó rendida por el esfuerzo del trayecto y el cansancio de tantas horas sin dormir. El sueño fue breve e intranquilo. Pasadas unas dos horas de esto, Sandra sintió una puerta crujir y unos susurros que procedían de aquel armario de contrachapado. Se levantó y fue descalza, pisando el frío suelo por el que correteaban ratas del tamaño de leones y se acercó a la puerta corrediza y chirriante. La abrió temblando, salió fuera para ver quién había, visualizó una sombra de una mano por cuyas venas sangre no circulaba debido a su extrema frialdad que la sostuvo por el cuello, soltó un grito y salió corriendo.

martes, 6 de abril de 2010

cap.1 Malabares por las calles

Hoy digo, ¿por qué le haría caso? ¿Qué se me pasó por la cabeza en aquel momento?¿Iba con ganas de comerme el mundo, o con ilusión de experiencias nuevas? No lo sé la verdad, sólo sé que fue una locura de la que no me arrepiento.
Por entonces ella vivía en Houston, con su prestigioso y afable novio, Joseph , el dueño de Hardware Crows, dedicado exclusivamente a la creación de nuevos diseños de ordenador más innovadores, rápidos y eficaces. Sandra, por el contrario, no estaba interesada en toda aquella parafernalia. Ella estaba más interesada en los programas, sobretodo de retoque fotográfico, su empresa era una de las más prestigiosas en el mundo, tenía novecientas cincuenta y nueve sedes en toda América, y más de dos millones en todo el mundo.
Tenían un lujoso apartamento en Los Ángeles, y un hijo. Sandra nunca había sido el tipo de mujer preocupada por su futuro. Cuando ella viajó a Houston, sólo buscaba un futuro para su trabajo, que en España no era de los más solicitados, y debido a su éxito, prescindió de un sueldo de quinientos euros en el que otras persona pondría su nombre en sus ediciones. No, ella merecía algo mejor, para algo llevaba quince años en lo suyo.
Y ahí estaba, no viviendo bajo el mismo techo que otro empresario mediocre cualquiera, sino uno de los más prestigiosos de todo Houston. Ella, muchacha atolondrada que pasaba horas ensimismada en sus pensamientos, casi ni atendía a la criatura, su vida acomodada le permitía tener horas y horas de relax.
A pesar de que Joseph opinaba que debía pasar más tiempo en casa, ella ignoraba todo aquello que no tuviera que ver con su trabajo y su pasatiempo, ambas la misma cosa.
El hijo fue llamado Nicolás, por antojo de la madre. Al padre le hubiera gustado un nombre mucho más largo y complicado, para que cuando heredara la gran fortuna de los Anderson, fuera alguien destacado, con un nombre que todos recordaran por el lujo y ambición de la familia. Por supuesto, Sandra no heredaría ni la más roñosa y despreciable moneda, de aquellas que encuentras en la acera de las avenidas y por vagueza ni te agachas a recogerlas. Ese había sido el trato cuando contrayeron matrimonio. Por ello todo el mundo los llamaba novios, parecía que no se hubieran casado, salvo por un papel que certificaba que Sandra había perdido su apellido Martín, por otro de aspecto norteamericano, Anderson. Esa era la razón por la que ambos trabajaban, y por la misma que Sandra despreciaba a su propio hijo.
Visto lo visto, no todo era felicidad, el rostro pálido, demacrado y con ojeras de Sandra denotaba que el futuro que ella hubiese querido no era el actual, que todo por lo que había luchado se desvanecía con cada nueva visita de la familia Anderson y todos sus abogados. Por un momento se le pasó por la cabeza huir de toda aquella fortuna cargada de minas asesinas, pero no, Joseph tenía la sartén por el mango desde hacía dos meses, cuando ella decidió renunciar a su estado de residencia en Estados Unidos, para convertirse en americana.
Sandra tenía una amiga en Navarra. Habían sido compañeras desde el instituto, y en la universidad se convirtieron en uña y carne. Aquella amiga, llamada Sofía, se dedicaba al mundo de la automoción, venta de automóviles en especial, dentro de poco sería ascendida. Había viajado a numerosas capitales europeas de la mano de su novio Pedro. Ambos habían estudiado filología inglesa y hebrea, tenían numerosos conocimientos grecolatinos, y sus premios en estudios clásicos llenaban las estanterías de sus antiguas habitaciones en las casas de sus ancianos padres.
Un día, hablando vía Skype, cierto programa que se utiliza para mantener videollamadas gratuitas con miembros de todo el mundo, decidieron reunirse en Miami y juntarse después de 5 años sin verse las caras.
Sofía tenía unos asuntos sobre una casa en venta que resolver allí, y Sandra quiso reunirse con su amiga de toda la vida para contarle los líos en los que estaba metida, hasta el cuello además, y sin quererlo.
En el momento en el que Sofía bajó de aquel avión, la mente de Sandra se inundó de todos los recuerdos de España, su patria querida, de la que se vio obligada a huir hacía unos años, y a la que nunca jamás podría regresar.
Conversando y conversando convinieron escapar juntas a Las Vegas. Sandra tenía razones, pero ¿y Sofía?
Sofía tenía un gran problema, y es que un grupo de terroristas islamistas a los que engañó para obtener un reportaje que más tarde salió en National Geographic, la tenían amenazada de muerte, y aunque los servicios secretos de los Estados Unidos la protegían, Sofía supo que la habían seguido hasta el restaurante en el que comía con su antigua amiga. Cansada de estar protegida continuamente, decidió huir con ella.
Sí, esa era la solución. Dejarían todo arreglado antes de irse para no levantar sospechas, y luego se irían a pasarlo bien por un tiempo.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Se necesitan besos

''Bueno, yo no suelo dedicar entradas a nadie, pero esta la escribí la semana pasada, justo cuando me faltaba una persona muy importante, una gran amiga, ella es transparente como el agua, se muestra tal y como es, por eso quiero dedicarle esta entrada, para que vea que al final las personas que sufren y lo pasan mal por el rechazo de los demás, acaban siendo felices para siempre. Sobra poner su nombre, ella cuando lo vea sabrá que es para ella, y solo me falta decir que la quiero muchísimo y que gracias por estar ahí siempre...''

Lo siento Gerardo. Su enfermedad sólo tiene una cura: lo que usted necesita es cariño, mimos. Grandes dosis de besos. Me atrevo a decir que está usted gravemente falto de afecto, y tanto su cabeza como su corazón están muy resentidos. Heridos de muerte.
El veredicto de su doctor de toda la vida dejó a Gerardo de piedra. ¿Qué era eso de que necesitaba besos? ¿Él? Precisamente se consideraba el hombre menos necesitado del planeta. Es más, eso le llevó a remover cielo y tierra hasta dar con un trabajo como vigilante del cementerio, donde no tuviera que hablar ni aguantar a semejante alguno.
Odiaba a todos los seres humanos que se movían en su entorno. Esa era la única certeza que no le tenía preocupado. Casi todo lo demás, sí. Últimamente andaba cansado. Excesivamente agotado; nada despertaba su interés. La músic, el cine, los libros que tanto le apasionaban hacía tiempo que se habían convertido en aburridos compañeros de piso.
Los entretenidos programas y series de televisión con las que solía pasar las noches ahora menguaban su ánimo, le desesperaban sobremanera. ¡Todos le parecían iguales!
Y en estas, su médico le decía, a él...¡quw necesitaba muchos besos! Algo tenía que hacer. LLevaba meses sin fuerzas (ni motivos) para levantarse de la cama. A veces le costaba hasta respirar o irremediablemente empezaba a llorar, como un niño. Pero lo que más le preocupaban eran las pesadillas que le acosaban cada noche y lo tenían en vilo durante el día. Sí, debía hacer de tripas corazón. Decidió llamar por fin a su hermana, con la que no hablaba desde hacía años, por teléfono.
-Quizá tu podrías...Estoy enfermo y el médico me ha dicho que necesito besos...- se atrevió a susurrar después de minutos en silencio. Ella le colgó de inmediato.
Gerardo lo intentó entonces con un antiguo amigo del colegio, que le contestó que si se trataba de una broma. Probó después con un primo que vivía en el centro de la ciudad y que ni tan siquiera se dignó a contestarle el e-mail. También con un antiguo compañero de trabajo, con el que se turnaba. Éste, ni tan siquiera se acordaba de él. Incluso reunió fuerzas para tocar el timbre de una antigua profesora de informática y cuando ésta le preguntó que cuánto dinero le daría a cambio, sintió un golpe tan fiero en el pecho que decidió marcharse a casa en busca de otro vallium. Así, durante interminables semanas. ¿Acaso estaba perdido?, pensaba mientras llamaba a la puerta de su casa. Éste le diagnosticó: necesita un ingreso urgente.
En ese momento , vio como un perro cruzaba la calle mientras un coche se aproximaba peligrosamente por la carretera. Sin entender muy bien cómo le respondieron las piernas, Gerardo se lanzó tras él y logró salvarlo de una muerte segura. Aún lo tenía en sus manos cuando sintió que dos brazos rodeaban su cuello y, transmitiéndole un calor desconocido, le plantaba tres sonoros besos en su mejilla helada. ''¡Gracias!¡Gracias por salvar a mi pequeña Duna, gracias!''. Sus oscuros ojos se clavaron en los de Gerardo. ''Por cierto, soy Sara, su nueva vecina, y estoy encantada de conocerle e invitarle a cenar, aunque ya me han avisado de que no es usted muy amigable''.
Gerardo sólo tuvo que decir que sí, por una vez. Su vida cambió para siempre.

jueves, 11 de marzo de 2010

El campesino y su nieto

''Esta historia la escribí hace un tiempo, unos ocho años aproximadamente, cuando todavía no era consciente siquiera de lo que significaban mis palabras, por ello ahora le voy a dar forma y sentido, para mostrar lo que quiero mostrar,dedicársela a mi querida madre, que estuvo ahí siempre, aunque yo no me diera cuenta y despreciara todo lo que ella hacía y decía en beneficio mío, hoy me doy cuenta de la razón que llevaba la mayoría de las veces, aunque no todas, y bueno pues para que os deleitéis con mis palabras, (que por entonces ya utilizaba el método de las cajas chinas simplificado en mis historietas) si tienen valor alguno las palabras de una niña que ansiaba poder escribir algún día y, que todavía, sigue anhelando ese sueño imposible...''

Hace años, habitaba un campesino en una tierra lejana, al que se le daba muy bien contar historias. Tenía un nieto, al cual le encantaba escuchar las narraciones de su abuelo. El abuelo poseía una imaginación increíble e infinita; cuando se ponía a hablar perdía la noción del tiempo y, él mismo, a veces, creía lo que contaba: pensaba que era cierto y que lo estaba viviendo.
En cierta ocasión, su nieto se encontraba enfermo y no había modo alguno de distraerlo. Entonces, la madre, desesperada, mandó buscar al abuelo, con el objetivo de que relatándole una de sus fascinantes historias, consiguiera el muchacho relajarse.
El abuelo acudió apresuradamente a entretenerlo y, mientras corría por el camino, iba imaginando la historia que le iba a relatar.
Llegó a la casa, se sentó a la cabecera del niño, cogió una de sus manos, y el crío rápidamente se tranquilizó. El anciano comenzó a relatarle la historia de un niño, aproximadamente de su edad.
Aquel niño ficticio era huérfano, no tenía a nadie, se alimentaba de la basura que se producía en la casa de un campesino humilde, el cual al enterarse de su causa lo acogió en su casa y le proporcionó cariño, comida, agua caliente, un techo que lo albergara, y lo más importante, le dio cultura, le enseñó a leer y a escribir, también a trabajar.
El niño se encontraba bien, pero tenía una expresión muy triste en su rostro, y el campesino no sabía que hacer para sacarle una sonrisa. Un día le preguntó qué le ocurría, y el niño sin poder contenerse, se puso a llorar y entre sollozos le contó que tenía un grave problema. Padecía una enfermedad que le impedía poder sonreír. El campesino lo llevó a los mejores curanderos, pero no conseguían resultado alguno.
Pasó el tiempo y cierto día, cuando ya el campesino había perdido ya toda esperanza, pasó por allí un extraño viajero que, al parecer, podía ofrecer una alternativa a la dolorosa e irritante enfermedad del muchacho.
Era un mago, que con sus artilugios comenzó a hacer piruetas y experimentos, hasta que una mueca se dibujó en las mejillas del niño, y que poco a poco, pasó de ser una sonrisa forzada y arcaica a una media sonrisa alegre. Pasaban los días y el crío fue recuperándose hasta llegar a reír como cualquier niño normal, con una risa agradable e inocente, sin picardía, como correspondía a cualquier risa infantil y atolondrada.
En ese momento el nieto del anciano se quedó dormido con una plácida y mortífera expresión sonriente en el rostro, porque a pesar de que la historia fuera triste, al niño le pareció maravillosa.
Lo que nunca llegaría a saber el niño es que la historia que el anciano le había narrado era la historia de su propio abuelo...