viernes, 18 de noviembre de 2011

Culpable sin remedio

 ''Como siempre, llevaba tiempo sin escribir nada, y en esta ocasión quería narrar mediante una experiencia policíaca la consecuencia del tiempo, aquel que, como bien decía Tomás de Aquino, no se puede definir pero todos sabemos lo que es''.

Agustín era un currante incansable de los de más de diez horas al día, incluidos los fines de semana, aunque su trabajo -introducir datos en el ordenador- no era el más apasionante del mundo. Se aburría hasta el infinito. Incluso Silvia, su novia de toda la vida, había cambiado los ultimátum por la búsqueda de nuevas aficciones. Pero la mañana que él le preguntó qué harían por su décimo aniversario y por primera vez...era ella la que había olvidado la romántica fecha, intuyó que tenía que hacer algo.
Ni cines, ni cenas, ni regalos...La había tenido tan desatendida que pensó: ¿por qué no sorprenderla? Y se acercó a la agencia de viajes de un centro comercial para contratar una escapadita de relax. Allí, tras hojear varios folletos, Agustín se decidió por una pequeña casa rural con spa en Asturias. Nunca habían ido y estaba de oferta. Le daría la sorpresa esa misma noche. Pero, de pronto, al salir y ver el escaparate de una joyería que había enfrente, se le ocurrió que quizá podía permitirse una sorpresita más. ¡Sería inolvidable!
Nada más entrar, la dependienta le miró raro. Agustín revisó su ropa. ¿Llevaría algo en el pelo o la cara? Pero como la joven no le dio ninguna pista le quitó importancia. ''Busco un anillo. Algo sencillo y bonito'', dijo incómodo, sintiendo la mirada. La joven se disculpó nerviosa y le preguntó si le importaba que le atendiera la encargada porque ella tenía otro asunto pendiente.
Unos minutos después entró una pareja de policías. ''¿Me excusa un momento?'', le preguntó la encargada. Y tras charlar unos minutos con ellos y hacer un repetido gesto afirmativo con la cabeza le pidió a la otra clienta que había en la tienda que saliera. Agustín observó que las miradas de todo el mundo caían sobre él y, antes de que le diera tiempo a reaccionar, los agentes le pidieron la documentación. ''Señor Agustín González, queda usted detenido por extorsión y robo''.
Los sucesos que acontecieron en los días siguientes fueron tan surrelistas que no podía creerlo. Esa tarde, esposado y con sus billetes a Asturias en el bolsillo, fue llevado a una comisaría donde se le tomó declaración. Al parecer, no sólo las dos dependientas de la joyería, sino dos asistentes de otros dos establecimientos, le habían identificado como a uno de los estafadores más buscados de la zona.
Como él apenas había salido de casa en las últimas semanas, no tenía como justificar una coartada que le ubicara en ningún otro sitio en los momentos de los robos. Al registrar su casa, la policía encontró una gran cantidad de dinero en metálico. Haber sido tan tacaño en los últimos años tenía su castigo. Incluso su novia, traumatizada, declaró que ahora lo entendía todo y se negó a pagar la fianza.
Tres meses después, el verdadero ladrón fue pillado in fraganti en una casa de empeño. Cuando Agustín fue puesto en libertad no había nadie esperándolo. No le angustió. De hecho, cuando el juez le ofreció ayuda psicológica para superar el trauma, el informático se dio cuenta de que ese error judicial era lo más divertido que le había sucedido. Ahora su nombre sí es uno de los más buscados en los ficheros de la policía.

domingo, 9 de octubre de 2011

El libro de familia

'' Porque todos tenemos una caja de recuerdos a nuestras espaldas y hemos de deshacernos de ella, aunque nos cueste.''

''Le digo que le hace falta el libro de familia'', insistió el funcionario. ''Y yo le digo que no lo encuentro y que, con libro o sin él, tendrá usted que hacerme los papeles'', soltó Gerardo. ''Y yo le digo que necesito el libro de familia o no hay tu tía. Buenos días''.
Gerardo caminó hacia casa de mal humor, dispuesto a ponerla patas arriba. Estaba harto de papeles, de oficinas...Quería terminar y relajarse, pero antes tenía que encontrar el dichoso libro de familia. Chándal en ristre, se dispuso a vaciar armarios, dar la vuelta a cajones y mirar con lupa hasta el último rincón. Empezó por el salón. Media hora después aquello parecía un campo de batalla y del libro de familia..ni rastro. Eso sí, dentro de ''Cien años de soledad '' había encontrado la primera letra de la casa, la que con tanta ilusión y esfuerzo pagaron juntos Belén y él. Miró el recibo con media sonrisa. Aquello le traía buenos recuerdos: el primer día que compartieron en esa casa, la ilusión de amueblarla. Y también recordó que ése era el libro que estaba leyendo entonces. Puso el recibo en ''Cien años de soledad '', y éste en una caja. Y siguió su búsqueda. Vació todos los cajones en el suelo. El salón parecía un rastro, pero el libro de familia no aparecía. Sí apareció el sonajero de su hija, Amanda. Era de plata, grabado con su nombre. Su jefe de entonces se lo había regalado a su hija, nacida dos años después de haberse instalado ellos en aquella casa. Nunca le gustó el sonajero, le parecía ostentoso, pero sí le gustaba su hija, claro. Aún le parecía escuchar su risa de niña retumbando en esas paredes. Puso el sonajero en la caja, se hizo un café y se sentó a llamar a Amanda: hacía dos meses que no la veía. Siguió por el armario de su habitación. Y encontró algo que le hizo mucha ilusión. ¿El libro de familia? ¡No! Una caja llena de fotos: su boda, cumpleaños, vacaciones...¡vaya pintas en bañador! Una foto de su madre...
Siguió por la cómoda. Y ahí paró. No podía más. Sus camisones, su ropa...seguía tal cual lo había dejado ella. Entre aquellos pliegues, aún estaba su olor, su delicadeza. Cogió una bata de seda, la cual olía a almizcle, la abrazó y lloró. Pero pronto se repuso: ''La vida sigue, Gerardo'', pensó. Cogió la bata, la puso en la caja y continuó con su labor. Pasó la noche, llegó la mañana y Gerardo seguía envuelto en libros, ropa, fotografías... Estaba exhausto. No podía más y tomó una determinación: se duchó, cogió la caja en la que había ido metiendo sus recuerdos y media hora después ya estaba en la oficina correspondiente. El funcionario le sonrió. Y Gerardo le sonrió aún más: ''Tenga, mi libro de familia. Aquí, en esta caja, está todo lo que he vivido, lo que fui y en parte lo que soy. Tenga, añado mi móvil, donde guardo el sms con el que mi mujer se despidió de mí diciendo que se fugaba, después de treinta años de matrimonio, con mi mejor amigo. Ahora deme el papelito en el que pone que estoy divorciado, por favor, quiero casarme con Pilar, mi novia y secretaria, y escribir una nueva página del libro de familia que usted tanto ansía tener''.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Anacoluto previo al pensamiento superlativo

'' Llevaba tiempo sin escribir, pero me parece que hoy necesito una dosis doble, o triple, vaya usted a saber. Mi contador de visitas se estancó en las ochocientas quince, exactamente, mientras que mi número de alborotos y deseos concedidos en un número infinitesimal, pero no llegando al de la niña consentida que, se supone, hoy que soy. En cuanto al soy, ¿ qué soy? Una persona. ¿Pero exactamente cuál y cómo? Un cuerpo físico que es un cúmulo de recuerdos, llantos risas, amores, desamores, tonterías, importancias, y un solo nombre...Raquel. Cuando pienso en qué soy, cómo soy, cuándo y cómo he llegado hasta aquí,  vislumbro mil respuestas hasta perder de vista la pregunta. Puede que esto sólo sea el primer paso que me lleva hacia mi camino final, que seguramente también tenga dificultades, pero también más alegrías de las actuales.''