domingo, 31 de agosto de 2014

Acaríciame

Acaríciame le dijo. Y aquel que se hallaba desnudo junto a ella quiso complacerla en sus últimos momentos. Ella no imaginaba que estaba a punto de acabar, que ya no lo vería más, ni a él ni a su adorada hija. Desaparecería, como desaparecen los niños a veces sin explicación ninguna. Desaparecería, como aquel que marcha a por tabaco y nunca vuelve. Desaparecería y no volvería jamás. No le había dado nunca por pensar en la brevedad de la existencia, ni tampoco que todo lo que leía en las páginas de sucesos de un diario gratuito cualquiera mientras transcurría su trayecto en tren pudiera ocurrirle a ella. Siempre había sido muy decidida en la vida, por eso se casó con su novio del instituto al terminar la carrera, por ello se separó de él un año después, y por ello había engendrado una preciosa niña de ojos glaucos y tirabuzones de miel, tan idéntica a su padre que no podría borrar el recuerdo. No poder borrar los recuerdos no es algo positivo, puede que tengas que desbloquear tu smartphone y realizar una llamada. Ven, quiero recordar aquellos tiempos le dijo. Rápido corrió la pasión por sus venas, rápido se hallaba rendida ante él. Acaríciame le dijo. La acarició, hasta que se durmió. Se durmió. Se durmió de forma artificial. La niña estaba con su abuela ese fin de semana, nadie escucharía nada. Ni gemidos de placer ni gritos de dolor. La acuchilló. Una y otra vez. Todo se veía de color rojo. Enloqueció. La mujer que había amado se hallaba muerta, bañada en su propia sangre. En su mente enajenada, he cumplido con mi obligación. Hizo una única llamada a la Guardia Civil y desapareció, como aquel que marcha a por tabaco y nunca vuelve.