jueves, 23 de septiembre de 2010

Aquella noche

'' He elegido este título, en parte por mi experiencia, en parte porque me apetecía mostrar un pedacito de lo que se siente con el amor breve e intenso, que sin duda, para nada tiene qué envidiar al sempiterno amor, como el que se narra en las películas. No, sin duda ese amor no existe, quedan de él las huellas de un amor que pudo ser algo más y no fue. Dejo, por ello, esta pequeña narración que me sirve para ilustrar en parte un pequeño capítulo de mi vida.''

Aquella noche, a ella le habría gustado contarle, que su beso había sido sincero, que no respondía a vanas ilusiones ni a sueños imposibles, que le había salido del alma, que sus labios habían temblado al acercarse a los suyos, que al entrelazar sus dedos con los de él había vivido fuerte y protegida, que había sentido su pulso, su latido, como si fuera propio. Armonioso y cálido. Pero al cerrar y verlo tras el cristal, supo que no se lo diría. ''Es mejor que subas ya'', dijo él, con ternura. Y ella cerró con parsimonia la puerta, apoyando, entre mimosa y coqueta, la cabeza en la pared. Y empezó a subir con el corazón a punto de salírsele del pecho y las lágrimas empapando sus mejillas.
Aquella noche, a ella le habría gustado decirle que no lloraba de pena, que no era tristeza lo que ahogaba sus palabras, su risa..., que sus lágrimas no eran amargas. Lloraba porque se habían besado y había un montón de sensaciones sin nombre que se agolpaban en su cuerpo, sin poder expresarlas, sin saber ordenarlas, peleando entre sí en una lucha que desembocó en un llanto callado y húmedo, hondo. Ella sabía que él no era su chico y él sabía que ella no era su chica, pero se sentían unidos por esos lazos que ofrece, generosa, la vida. Y les resultaba hermoso tenerse. Saber que estaban. Sin más ataduras ni etiquetas. ''Tengo los labios como...ásperos, ¿verdad?'', susurró él, rozando el pelo de ella con su aliento.
Aquella noche, a ella le habría gustado explicarle que los labios de él eran como de hojaldre. Y que a ella se le antojaban dulces y quebradizos, como un pastelillo deslizándose entre sus dientes. Que su respiración era apacible y sugerente, que tenía aroma a madera. Que su mirada profunda, a veces melancólica, era envolvente y misteriosa.
Aquella noche, ella no pudo vencer la tentación de mirarlo marchar desde la ventana. Caminaba con decisión sobre el vacío de su calle en penumbra. Tenía un aire antiguo, de otra década, como de película de James Scott. Su cazadora, su peinado, sus patillas, los vaqueros y el cigarro le daban el aire de tipo sacado de una canción de Elvis Presley. No pudo sino mirarlo con cariño y sonreír.
Aquella noche, a ella le habría gustado decirle que no era tristeza sino contento lo que la acompañaba al meterse en la cama, aunque sintió dolor al saber que la última imagen de ella que él se llevaba esa noche eran unas eternas lágrimas escurriéndose por sus pómulos, intentando deslizarse por su boca, buscando la huella cálida y serena de él, tan reciente.
Aquella noche, a ella no le fue fácil conciliar el sueño y en su cabeza no paraba de sonar una canción: Cabecita Loca de Fondo Flamenco. Era como la banda sonora del corto que ambos habían protagonizado en esas horas tan maravillosas, exclusivas, sólo de los dos.
Aquella noche, evocando la letra de esa canción, ella tuvo una certeza: si algún día la nostalgia dañaba su corazón, el recuerdo de su voz, de sus ratos juntos, no darían jamás paso a la tristeza. Entonces supo que él era para siempre.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Raqueeel's !!
te lo vuelvo a decir: si quieres, acabrás escribiendo. esq eres genial , en serio. solo me gustaria que esa historia no tuviera ese punto autobiográfico , pero esa ya no es culpa de la historia, sino de la vida... Un besazoo ! (K)