domingo, 4 de julio de 2010

Cartas a un amor prohibido.

Tal vez, en la luna de mi universo,
consiga darme cuenta de que el amor,
por mucho que lo desee,
no se hizo para mí.

Niña inocente y atolondrada,
que cuenta sus penas en un cuaderno,
manchado de sollozos,
y de corazones rotos.

Lenguas del desierto que despiertan en mi cabeza,
sonido de las aguas que lentamente caen y bañan la orilla de mi infierno,
que poco a poco lavan la carroña del recuerdo y del rencor,
de amores destruidos.

Vocecilla en mi interior,
que calla por el sufrimiento y el dolor,
que producen las acusaciones ajenas,
y la envidia de un amor que acaba de nacer.

Un mar de lágrimas,
que empalaga mi pensamiento rencoroso.
Y me pongo a pensar en todo,
en todo lo que no te he dado,
en el tiempo que tuve,
para estar a tu lado,
tres meses no son nada,
al lado de lo que queda,
de lo que me gustaría que quedara por vivir.

Pero no queda nada,
tan solo una daga emponzoñada en mi pecho,
donde antes las caricias de tus palabras habitaban,
y donde ahora solo resurgen las cicatrices del pasado.

Mi cuello, por donde ayer tus labios pasaban,
suavemente, y estremecían hasta mi mente,
donde ahora sólo quedan lágrimas contenidas,
que luchan por salir.

Decisión impasible en mi mente,
limitada por la poca diversidad de soluciones,
pero mi amor será tan fuerte, indeleble,
que eliminará toda frontera entre nosotros dos.

Mi alma encontrará la respuesta correcta,
en la Avenida de los Corazones Rotos,
por donde solía pasar y tomar,
una infusión de lágrimas sin amor,
acompañadas de dolor.

La palabra más bonita,
que en mi mente se revela,
es decir te amo sin decirlo,
que calle mi boca, y que hable mi alma,
y los sueños de mi mente,
todo aquello en lo que solamente decide el corazón.

¿Qué más da si el viento nos arrastra a su abismo?
¿Qué más da si un fuego nos abrasa?
Cuando el nuestro es más fuerte,
cuando el nuestro puede con todo.

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