''La cena está servida''. Al oír la frase de boca de Gaspar, Elena cerró su novela y la dejó sobre la mesilla de caoba. Se levantó con parsimonia del viejo sofá de terciopelo rojo y anudó su bata de seda. Le mandó atizar la chimenea a Gaspar y le rogó que, tras la cena, le sirviera una copa de Oporto rojo en la biblioteca.
Gaspar asintió con la cabeza y juntó sus manos enguantadas a la vez que bajaba la mirada. Elena pasó disciplente ante el sirviente, que siguió con la mirada fija en sus firmes pasos, adornados con unas coquetas zapatillas rematadas en un pompón que a Gaspar le parecía, simplemente, rídiculo.
La joven abandonó la habitación y se dirigió hacia el comedor mientras el hombre permanecía unos segundos más en la misma postura, con los ojos ahora fijos en los bordados de la alfombra persa sobre la que estaba un curioso entramado de motivos vegetales y geométricos. Las palmadas de Elena reclamando su presencia en el comedor sacaron a Lorenzo de su ensimismamiento. ''¿Qué desea la señora?''.''¿ Que qué deseo? Es obvio. Cenar. ¿Dónde está Mati? ¿Por qué no está sirviendo mi mesa?''. ''Lo siento, señora''. Estará en la cocina. Ahora mismo la hago venir''.
La criada, apurada, llegó y comenzó a disculparse. ''Lo siento, señora. Estaba macerando el pescado para que mañana esté a su gusto...y se me ha ido el santo al cielo''. ''Basta de disculpas. Nada justifica que me llaméis a cenar y luego yo tenga que esperar para que me sirvan la cena''...
''Sí, señora'', añadió Mati. Y calló.
Elena empezó a comer su faisán sin ninguna apetencia. Con la mirada fija al frente, auscultando la mesa interminable, sólo ocupada por viandas deliciosas que acabarían en la basura porque nadie las tomaría.
¡Todo era tan señorial, tan bello y tan decadentemente solitario! Elena rompió a llorar.
Un frío y penetrante sentimiento de desolación envolvía cada uno de sus gestos, de sus palabras. Hasta era desagradable con Gaspar y Mati, a los que tanto quería, lo que subyacía en ella no era maldad, sino un doloroso sentimiento de frustración. Rápidamente enjugó sus lágrimas para que nadie la viera llorar y se fue a tomarse su Oporto junto a la chimenea de la biblioteca.
Se recostó en el sofá y empezó a mirar a su alrededor. Tenía todo con lo que había soñado desde niña: una gran casa, buena comida, lujos y placeres. Algo más satisfecha y tranquila, se quedó dormida.
''Vamos. Hay que despertarse. Este sitio no bueno para dormir'', le decía Gaspar mientras la movía con dulzura. Elena se despertó sobresaltada. Al ver a Gaspar tan cariñoso, tan agradable, tan risueño, se alegró y sonrió generosamente. ''Vamos, busquemos un sitio mejor para dormir. Aquí, en el parque, pasaremos frío. Quizá debamos ir al albergue. Mati, la cocinera, nos dará algo de cenar'', dijo el hombre, quien, al mirar la sonrisa de ella, tan amplia, añadió: ''Vaya, te despiertas de muy buen humor. Has debido soñar algo muy agradable''. ''No creas, es mejor la realidad'', dijo ella. Y tendió su mano hacia su amigo, que la ayudó a levantarse del banco. Sus figuras, que empujaban el carrito de la compra en el que tenían todas sus pertenencias, se perdieron entre los árboles acompañadas de su animada conversación. El atardecer caía silencioso, sólo interrumpido por la estruendosa risa de Elena.
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