Una mano fría. Soledad. Miedo. Aire. Descanso por fin. Corrió hasta quedar sin fuerzas por aquel pasillo poco alumbrado.
Cuando el sofoco le impedió continuar, una ráfaga de sombras la acorraló. Sintió una presión en su pecho que le obligaba a parar, el pasillo se acababa, avanzaba a pasos muy cortos y lentos.
Se halló impedida en aquella lúgubre esquina. De repente alguien encendió una luz, y viéndola en ese estado, la condujo a su habitación. Se sentó sobre su cama hasta que quedó dormida.
No se había dado cuenta de que Sofía ya no yacía tumbada en aquella cama.
El efecto de la droga la hizo caer en un sueño profundo, demasiado profundo.
Cuando despertó, se dio cuenta de que el frío le helaba las piernas, y el pecho, y el cuerpo, y se desangraba, y moría. Aquellos riñones que no tenía, digamos el espacio vacío ensangrentado en su regazo, estaba lleno de hielo y agua. Solamente un teléfono a la otra punta de aquel cuarto de baño, en el cual una sola luz central, una bombilla que casi no iluminaba nada, le daba la oportunidad de salvarse, pero ella ni siquiera podía levantarse de aquella bañera y caminar en la estancia.
Se incorporó, y vio en el suelo de la habitación una toalla blanca. Tambaleándose, se levantó y se envolvió la cintura con la toalla. Chorreaba la sangre por todos lados, ya casi ni veía los azulejos blancos de las paredes, sólo manchas rojas por todas partes. Con mucho esfuerzo, llegó al lugar donde el auricular del teléfono colgaba del techo, titubeó antes de pulsar el 945 (servicio de emergencias en aquella ciudad) y segundos después cayó desmayada al suelo.
Cuando se despertó de aquel sueño extraño y doloroso, se vio envuelta en sábanas blancas de un hospital, preguntó por su amiga Sofía primeramente, y como nadie le contestaba, se hizo constante que había muerto.
Se culpó por lo sucedido, su cabeza reparaba constantemente en que si no hubieran parado en aquel sucio y lúgubre hostal de carretera, todavía seguiría viva. Sólo culpa suya, solo suya.
Sólo se supo de Sofía que varios meses después apareció, solo parte de su cuerpo, quitando los brazos y las piernas y sus ojos que habían sido arrancados de cuajo con un tenedor.
La macabra escena enloqueció a Sandra, que dos días después fue internada en un centro psiquiátrico, donde nunca más volvió la capacidad de razonamiento a su cabeza, sólo un espejismo por las noches que la despertaba sofocada, de aquella sombra que ella persiguió la cual portaba un cuchillo en sus manos.
Pero...había sido un espejismo, o sólo un reflejo de sí misma? Un reflejo de su lado más maligno y perverso?
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