''Esta historia la escribí hace un tiempo, unos ocho años aproximadamente, cuando todavía no era consciente siquiera de lo que significaban mis palabras, por ello ahora le voy a dar forma y sentido, para mostrar lo que quiero mostrar,dedicársela a mi querida madre, que estuvo ahí siempre, aunque yo no me diera cuenta y despreciara todo lo que ella hacía y decía en beneficio mío, hoy me doy cuenta de la razón que llevaba la mayoría de las veces, aunque no todas, y bueno pues para que os deleitéis con mis palabras, (que por entonces ya utilizaba el método de las cajas chinas simplificado en mis historietas) si tienen valor alguno las palabras de una niña que ansiaba poder escribir algún día y, que todavía, sigue anhelando ese sueño imposible...''
Hace años, habitaba un campesino en una tierra lejana, al que se le daba muy bien contar historias. Tenía un nieto, al cual le encantaba escuchar las narraciones de su abuelo. El abuelo poseía una imaginación increíble e infinita; cuando se ponía a hablar perdía la noción del tiempo y, él mismo, a veces, creía lo que contaba: pensaba que era cierto y que lo estaba viviendo.
En cierta ocasión, su nieto se encontraba enfermo y no había modo alguno de distraerlo. Entonces, la madre, desesperada, mandó buscar al abuelo, con el objetivo de que relatándole una de sus fascinantes historias, consiguiera el muchacho relajarse.
El abuelo acudió apresuradamente a entretenerlo y, mientras corría por el camino, iba imaginando la historia que le iba a relatar.
Llegó a la casa, se sentó a la cabecera del niño, cogió una de sus manos, y el crío rápidamente se tranquilizó. El anciano comenzó a relatarle la historia de un niño, aproximadamente de su edad.
Aquel niño ficticio era huérfano, no tenía a nadie, se alimentaba de la basura que se producía en la casa de un campesino humilde, el cual al enterarse de su causa lo acogió en su casa y le proporcionó cariño, comida, agua caliente, un techo que lo albergara, y lo más importante, le dio cultura, le enseñó a leer y a escribir, también a trabajar.
El niño se encontraba bien, pero tenía una expresión muy triste en su rostro, y el campesino no sabía que hacer para sacarle una sonrisa. Un día le preguntó qué le ocurría, y el niño sin poder contenerse, se puso a llorar y entre sollozos le contó que tenía un grave problema. Padecía una enfermedad que le impedía poder sonreír. El campesino lo llevó a los mejores curanderos, pero no conseguían resultado alguno.
Pasó el tiempo y cierto día, cuando ya el campesino había perdido ya toda esperanza, pasó por allí un extraño viajero que, al parecer, podía ofrecer una alternativa a la dolorosa e irritante enfermedad del muchacho.
Era un mago, que con sus artilugios comenzó a hacer piruetas y experimentos, hasta que una mueca se dibujó en las mejillas del niño, y que poco a poco, pasó de ser una sonrisa forzada y arcaica a una media sonrisa alegre. Pasaban los días y el crío fue recuperándose hasta llegar a reír como cualquier niño normal, con una risa agradable e inocente, sin picardía, como correspondía a cualquier risa infantil y atolondrada.
En ese momento el nieto del anciano se quedó dormido con una plácida y mortífera expresión sonriente en el rostro, porque a pesar de que la historia fuera triste, al niño le pareció maravillosa.
Lo que nunca llegaría a saber el niño es que la historia que el anciano le había narrado era la historia de su propio abuelo...
2 comentarios:
Guau, ocho años...
Me ha gustado mucho el estilo ese que tiene, que parece un cuento, en gran parte por usar la técnica de la matrioska, y por un detalle que a mi me gusta mucho en todos los cuentos, y es que no se intenta explicar la inverosimilitud del argumento.
Por eso en ciertas partes igual hubiera sido mejor mantener el lenguaje original en vez de utilizar un léxico más correcto, pero más frio también.
Me ha gustado mucho, escribías ya muy bien desde siempre, por lo que se ve ^^
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