''Bueno, yo no suelo dedicar entradas a nadie, pero esta la escribí la semana pasada, justo cuando me faltaba una persona muy importante, una gran amiga, ella es transparente como el agua, se muestra tal y como es, por eso quiero dedicarle esta entrada, para que vea que al final las personas que sufren y lo pasan mal por el rechazo de los demás, acaban siendo felices para siempre. Sobra poner su nombre, ella cuando lo vea sabrá que es para ella, y solo me falta decir que la quiero muchísimo y que gracias por estar ahí siempre...''
Lo siento Gerardo. Su enfermedad sólo tiene una cura: lo que usted necesita es cariño, mimos. Grandes dosis de besos. Me atrevo a decir que está usted gravemente falto de afecto, y tanto su cabeza como su corazón están muy resentidos. Heridos de muerte.
El veredicto de su doctor de toda la vida dejó a Gerardo de piedra. ¿Qué era eso de que necesitaba besos? ¿Él? Precisamente se consideraba el hombre menos necesitado del planeta. Es más, eso le llevó a remover cielo y tierra hasta dar con un trabajo como vigilante del cementerio, donde no tuviera que hablar ni aguantar a semejante alguno.
Odiaba a todos los seres humanos que se movían en su entorno. Esa era la única certeza que no le tenía preocupado. Casi todo lo demás, sí. Últimamente andaba cansado. Excesivamente agotado; nada despertaba su interés. La músic, el cine, los libros que tanto le apasionaban hacía tiempo que se habían convertido en aburridos compañeros de piso.
Los entretenidos programas y series de televisión con las que solía pasar las noches ahora menguaban su ánimo, le desesperaban sobremanera. ¡Todos le parecían iguales!
Y en estas, su médico le decía, a él...¡quw necesitaba muchos besos! Algo tenía que hacer. LLevaba meses sin fuerzas (ni motivos) para levantarse de la cama. A veces le costaba hasta respirar o irremediablemente empezaba a llorar, como un niño. Pero lo que más le preocupaban eran las pesadillas que le acosaban cada noche y lo tenían en vilo durante el día. Sí, debía hacer de tripas corazón. Decidió llamar por fin a su hermana, con la que no hablaba desde hacía años, por teléfono.
-Quizá tu podrías...Estoy enfermo y el médico me ha dicho que necesito besos...- se atrevió a susurrar después de minutos en silencio. Ella le colgó de inmediato.
Gerardo lo intentó entonces con un antiguo amigo del colegio, que le contestó que si se trataba de una broma. Probó después con un primo que vivía en el centro de la ciudad y que ni tan siquiera se dignó a contestarle el e-mail. También con un antiguo compañero de trabajo, con el que se turnaba. Éste, ni tan siquiera se acordaba de él. Incluso reunió fuerzas para tocar el timbre de una antigua profesora de informática y cuando ésta le preguntó que cuánto dinero le daría a cambio, sintió un golpe tan fiero en el pecho que decidió marcharse a casa en busca de otro vallium. Así, durante interminables semanas. ¿Acaso estaba perdido?, pensaba mientras llamaba a la puerta de su casa. Éste le diagnosticó: necesita un ingreso urgente.
En ese momento , vio como un perro cruzaba la calle mientras un coche se aproximaba peligrosamente por la carretera. Sin entender muy bien cómo le respondieron las piernas, Gerardo se lanzó tras él y logró salvarlo de una muerte segura. Aún lo tenía en sus manos cuando sintió que dos brazos rodeaban su cuello y, transmitiéndole un calor desconocido, le plantaba tres sonoros besos en su mejilla helada. ''¡Gracias!¡Gracias por salvar a mi pequeña Duna, gracias!''. Sus oscuros ojos se clavaron en los de Gerardo. ''Por cierto, soy Sara, su nueva vecina, y estoy encantada de conocerle e invitarle a cenar, aunque ya me han avisado de que no es usted muy amigable''.
Gerardo sólo tuvo que decir que sí, por una vez. Su vida cambió para siempre.
miércoles, 17 de marzo de 2010
jueves, 11 de marzo de 2010
El campesino y su nieto
''Esta historia la escribí hace un tiempo, unos ocho años aproximadamente, cuando todavía no era consciente siquiera de lo que significaban mis palabras, por ello ahora le voy a dar forma y sentido, para mostrar lo que quiero mostrar,dedicársela a mi querida madre, que estuvo ahí siempre, aunque yo no me diera cuenta y despreciara todo lo que ella hacía y decía en beneficio mío, hoy me doy cuenta de la razón que llevaba la mayoría de las veces, aunque no todas, y bueno pues para que os deleitéis con mis palabras, (que por entonces ya utilizaba el método de las cajas chinas simplificado en mis historietas) si tienen valor alguno las palabras de una niña que ansiaba poder escribir algún día y, que todavía, sigue anhelando ese sueño imposible...''
Hace años, habitaba un campesino en una tierra lejana, al que se le daba muy bien contar historias. Tenía un nieto, al cual le encantaba escuchar las narraciones de su abuelo. El abuelo poseía una imaginación increíble e infinita; cuando se ponía a hablar perdía la noción del tiempo y, él mismo, a veces, creía lo que contaba: pensaba que era cierto y que lo estaba viviendo.
En cierta ocasión, su nieto se encontraba enfermo y no había modo alguno de distraerlo. Entonces, la madre, desesperada, mandó buscar al abuelo, con el objetivo de que relatándole una de sus fascinantes historias, consiguiera el muchacho relajarse.
El abuelo acudió apresuradamente a entretenerlo y, mientras corría por el camino, iba imaginando la historia que le iba a relatar.
Llegó a la casa, se sentó a la cabecera del niño, cogió una de sus manos, y el crío rápidamente se tranquilizó. El anciano comenzó a relatarle la historia de un niño, aproximadamente de su edad.
Aquel niño ficticio era huérfano, no tenía a nadie, se alimentaba de la basura que se producía en la casa de un campesino humilde, el cual al enterarse de su causa lo acogió en su casa y le proporcionó cariño, comida, agua caliente, un techo que lo albergara, y lo más importante, le dio cultura, le enseñó a leer y a escribir, también a trabajar.
El niño se encontraba bien, pero tenía una expresión muy triste en su rostro, y el campesino no sabía que hacer para sacarle una sonrisa. Un día le preguntó qué le ocurría, y el niño sin poder contenerse, se puso a llorar y entre sollozos le contó que tenía un grave problema. Padecía una enfermedad que le impedía poder sonreír. El campesino lo llevó a los mejores curanderos, pero no conseguían resultado alguno.
Pasó el tiempo y cierto día, cuando ya el campesino había perdido ya toda esperanza, pasó por allí un extraño viajero que, al parecer, podía ofrecer una alternativa a la dolorosa e irritante enfermedad del muchacho.
Era un mago, que con sus artilugios comenzó a hacer piruetas y experimentos, hasta que una mueca se dibujó en las mejillas del niño, y que poco a poco, pasó de ser una sonrisa forzada y arcaica a una media sonrisa alegre. Pasaban los días y el crío fue recuperándose hasta llegar a reír como cualquier niño normal, con una risa agradable e inocente, sin picardía, como correspondía a cualquier risa infantil y atolondrada.
En ese momento el nieto del anciano se quedó dormido con una plácida y mortífera expresión sonriente en el rostro, porque a pesar de que la historia fuera triste, al niño le pareció maravillosa.
Lo que nunca llegaría a saber el niño es que la historia que el anciano le había narrado era la historia de su propio abuelo...
jueves, 4 de marzo de 2010
Hasta la muerte, y después
Teófilo Fontecha amaba por encima de todas las cosas a su equipo: el Villabajo Fútbol Club. Teófilo mostraba con orgullo su carné de socio con un dorado número 1 rodeado por los laureles regios del escudo. De su solapa no se desprendió nunca, hasta el último día la insignia de oro y diamantes que le concedieron cuando cumplió los 75 años como socio de la entidad.
Su casa parecía un santuario del Villabajo. Por todos los rincones se encontraban recuerdos recopilados desde su niñez. Tenía, incluso, una de las tres habitaciones del piso dedicada por completo al equipo, cosa que a Teresa, su mujer, aparte de un abuso, le parecía una soberana estupidez. Ella, sin embargo, que siempre quiso tener su espacio para coser, tenía que conformarse con el rinconcito más oscuro de salón. No llevaba bien el fútbol Doña Teresa, no.
A Teófilo esto nunca le importo mucho porque ella jamás pasó de ser su segundo amor. Y esto, juzgándolo con optimismo. Sólo el club importaba. Los años más felices de la vida coincidieron con el esplendor del Villabajo, que llegó a disputar en dos temporadas consecutivas los octavos de final de la Copa del Rey contra equipos de primera. Nunca -aseguraba Teófilo-, había sido el pueblo tan dichoso como en aquellos días en que las estrellas de la liga pisaron sus calles. Teresa, desde luego, tenía una impresión bien distinta.Su muerte sacudió a la afición del Villabajo y llegó hasta las televisiones nacionales, pues la pasión de Teófilo fue protagonista de varios reportajes en esos programas que se esfuerzan pro buscar el más difícil todavía en la condición humana. Cuando se conoció el triste suceso, Teófilo se hizo un huequecito en telediarios y magacines gracias a su última voluntad que, como no podía ser de otra manera, era seguir acudiendo al fútbol después de muerto.
La encargada de cumplir con el capricho era, naturalmente, Teresa, que pensó, con mucha razón, que le había caído un buen muerto encima. El acoso mediático de las fisgonas vecinas impedía que se escabullera y cada domingo de partido, allá iba ella cargando con la bolsa de ganchillo que se había hecho para llevar más discretamente la dichosa urna con las cenizas.
Con el paso de los años la tarea no le pareció tan odiosa a Teresa. De hecho, se puede decir que hasta se aficionó un poco al balompié. Al principio no entendía nada de nada, pero pronto se sorprendió con que los goles le provocaban un cierto cosquilleo, una especie de alegría que no podía ni quería controlar. Había cambiado y la gustaba.
Aquel primer año de fútbol fue especial para el pueblo. La Balompédica Villaribense, eterno rival del Villabajo F.C., consiguió su ascenso a tercera preferente. Si Teófilo hubiera estado vivo, habría sufrido de lo lindo con este éxito. No se descarta, no obstante, que no lo hiciera incluso muerto, pues en su campo y no en el de Villabajo fue en el que Teresa cumplió su última voluntad. Se ve que, con las prisas, el hombre se olvidó de especificar. Las vecinas, enteradas de la triquiñuela, sonreían cada vez que la veían salir, pensando aquello que dice el refranero de que la venganza es un plato que se sirve frío. En este caso, además, en el campo del rival.
miércoles, 3 de marzo de 2010
Por no pensar dos veces
Debería haberlo pensado antes. Siempre actúo según me dicta mi corazón, y en muchos casos la razón siempre te guía por el sendero correcto. En este caso, como de costumbre le hice caso a él, siempre tenía que ser él el que me dijera lo que tenía que hacer.
Siempre me tocaba el trabajo sucio, él ordenaba algo y yo era el miembro ejecutor, él se lavaba las manos en el asunto, me llegó a decir en una ocasión que si me cogían actuando que sería siempre mi culpa por no asegurarme lo suficiente.
Total, esa noche llegué al cuartel aterrada, pero con fuerza en la mirada, no tengo idea de dónde salió aquel ánimo. Era extraño, sólo tendría que apretar el gatillo y salir corriendo como siempre, pero este caso era distinto, el coronel significaba mucho para mí, y nunca le perdonaría a Román haberme obligado a matarlo.
Intenté meterlo entre ceja y ceja, y cada vez que lo intentaba me acordaba de las veces que habíamos estado juntos, charlando sobre nuestras respectivas vidas, incluso llegamos a tener un sentimiento más fuerte que la amistad, pero nunca podría meterlo en mi corazón, bueno, no debería, yo lo metí, y fue entonces cuando Román se encargó de sacarlo de mi vida. A él no le convenía que yo me acercara tanto al ''otro bando'' como él lo llamaba, pero es que yo no era una asesina a sangre fría. Siempre me había costado matar, pero sacaba fuerzas de donde hiciera falta. Esta vez era algo superior, la misión era fácil, pero fácil era también que, encapuchada como iba, aunque el coronel no reconociera mi cabellera rojiza, se fijara en mi profunda mirada y me reconociera. Yo no quería eso, sería una decepción muy grande, su última decepción, ya que después de eso tendría que matarlo, y eso si no tendría que huir al extranjero.
Una vez dentro del cuartel, fingí ser una pariente suya, que recién llegada de Francia, y sola como estaba en un país extranjero y desamparada, buscaba ayuda y refugio en casa de su primo más lejano. Como había investigado previamente sobre ello, el coronel Sánchez se alegró de mi presencia inmediatamente tras saberlo. Dijo que saldría a darme la bienvenida, pero al guardia de puertas le comuniqué que no era necesario, que además en privado tenía algo de extrema urgencia que entregarle.
De modo que pasé al lúgubre despacho. Me dio un abrazo. Yo llevaba un pañuelo en la cabeza que tapaba mi cabello, y una blusa bastante escotada en forma de pico pronunciado que hizo llamar su atención. Me alagó con un comentario sobre lo mucho que había cambiado. Yo ya había investigado sobre la situación de su prima, y le conté detalladamente lo que había sido de mí.
De repente vi una llamada perdida en mi movil...ponía Román. Supe rápidamente que eran las once y veinticinco, justo el minuto en el que debía actuar, cuando el guardia de puertas salía a tomar su café y el coronel se encontraba solo y desprotegido. Puse una mano en mi pierna, levanté el pantalón que la cubría y agarré con fuerza mi arma.
Apunté a la nuca del coronel cuando se giró para coger unos archivos que deseaba enseñarme.
Me dijo ¿Qué haces? ¿Estás loca? Te conozco, ¿quién te ha obligado a que hagas esto? ¿No habrá sido el miserable de Román? ¿Todavía sigues con él?
Seguí apuntándole con expresión seria. Solo susurré entre lágrimas ¿Cómo me has reconocido? Se suponía que tu me creerías y todo estaría acabado, ahora me has fastidiado el plan, y yo estoy muerta.
Sin saber por qué, dejé escapar al coronel por una ventana de su oficina, y yo llamé a Román, para decirle que todo había acabado.
Salí despavorida por aquella ventana, corrí hacia el coronel, y juntos huímos a un lugar del que Román no tiene idea de su existencia. Nunca Román fue juzgado, como tampoco lo fui yo, la diferencia es que el pagó con creces sus crímenes. No diré el nombre de su asesino, solo nombraré el arma asesina, el cual llevaba el siguiente código:5689741236-J
Era el número de guardia civil de Sánchez.
Siempre me tocaba el trabajo sucio, él ordenaba algo y yo era el miembro ejecutor, él se lavaba las manos en el asunto, me llegó a decir en una ocasión que si me cogían actuando que sería siempre mi culpa por no asegurarme lo suficiente.
Total, esa noche llegué al cuartel aterrada, pero con fuerza en la mirada, no tengo idea de dónde salió aquel ánimo. Era extraño, sólo tendría que apretar el gatillo y salir corriendo como siempre, pero este caso era distinto, el coronel significaba mucho para mí, y nunca le perdonaría a Román haberme obligado a matarlo.
Intenté meterlo entre ceja y ceja, y cada vez que lo intentaba me acordaba de las veces que habíamos estado juntos, charlando sobre nuestras respectivas vidas, incluso llegamos a tener un sentimiento más fuerte que la amistad, pero nunca podría meterlo en mi corazón, bueno, no debería, yo lo metí, y fue entonces cuando Román se encargó de sacarlo de mi vida. A él no le convenía que yo me acercara tanto al ''otro bando'' como él lo llamaba, pero es que yo no era una asesina a sangre fría. Siempre me había costado matar, pero sacaba fuerzas de donde hiciera falta. Esta vez era algo superior, la misión era fácil, pero fácil era también que, encapuchada como iba, aunque el coronel no reconociera mi cabellera rojiza, se fijara en mi profunda mirada y me reconociera. Yo no quería eso, sería una decepción muy grande, su última decepción, ya que después de eso tendría que matarlo, y eso si no tendría que huir al extranjero.
Una vez dentro del cuartel, fingí ser una pariente suya, que recién llegada de Francia, y sola como estaba en un país extranjero y desamparada, buscaba ayuda y refugio en casa de su primo más lejano. Como había investigado previamente sobre ello, el coronel Sánchez se alegró de mi presencia inmediatamente tras saberlo. Dijo que saldría a darme la bienvenida, pero al guardia de puertas le comuniqué que no era necesario, que además en privado tenía algo de extrema urgencia que entregarle.
De modo que pasé al lúgubre despacho. Me dio un abrazo. Yo llevaba un pañuelo en la cabeza que tapaba mi cabello, y una blusa bastante escotada en forma de pico pronunciado que hizo llamar su atención. Me alagó con un comentario sobre lo mucho que había cambiado. Yo ya había investigado sobre la situación de su prima, y le conté detalladamente lo que había sido de mí.
De repente vi una llamada perdida en mi movil...ponía Román. Supe rápidamente que eran las once y veinticinco, justo el minuto en el que debía actuar, cuando el guardia de puertas salía a tomar su café y el coronel se encontraba solo y desprotegido. Puse una mano en mi pierna, levanté el pantalón que la cubría y agarré con fuerza mi arma.
Apunté a la nuca del coronel cuando se giró para coger unos archivos que deseaba enseñarme.
Me dijo ¿Qué haces? ¿Estás loca? Te conozco, ¿quién te ha obligado a que hagas esto? ¿No habrá sido el miserable de Román? ¿Todavía sigues con él?
Seguí apuntándole con expresión seria. Solo susurré entre lágrimas ¿Cómo me has reconocido? Se suponía que tu me creerías y todo estaría acabado, ahora me has fastidiado el plan, y yo estoy muerta.
Sin saber por qué, dejé escapar al coronel por una ventana de su oficina, y yo llamé a Román, para decirle que todo había acabado.
Salí despavorida por aquella ventana, corrí hacia el coronel, y juntos huímos a un lugar del que Román no tiene idea de su existencia. Nunca Román fue juzgado, como tampoco lo fui yo, la diferencia es que el pagó con creces sus crímenes. No diré el nombre de su asesino, solo nombraré el arma asesina, el cual llevaba el siguiente código:5689741236-J
Era el número de guardia civil de Sánchez.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)