Pararon para tomar un café. A Laura no le apetecía mucho y le extrañó que David se lo propusiera. Siempre que iban de viaje, él se molestaba si ella decía que necesitaba ir al baño o le sugería un momento para comprar algo. ''¿ No podías haberlo pensado antes de salir? ¿ Seguro que no puedes esperar hasta que lleguemos?...''
Parar unos minutos no suponía un problema, únicamente, si la excusa era que a él no le había dado tiempo a llenar el depósito y repostar era ineludible. Cada uno tenía sus manías.
Aquella tarde fue distinto. Aunque apenas quedaba una hora para llegar a la casita rural que habían alquilado ese fin de semana y tenían gasoil de sobra, David la despertó de su siesta amablemente: ''Cariño, ¿te apetece tomar un café? Necesito estirar las piernas''.
Laura dijo que sí por decir algo. Ni tan siquiera tenía claro si le apetecía una dosis de cafeína, pero llevaban dos horas de camino y no le importaba respirar un poco. El aire acondicionado bloqueaba sus fosas nasales. ¡Dichosa alergia!
Al camarero apenas le dio tiempo a darle las buenas tardes. ''Un cortado y...¿uno sólo con hielo para ti, cariño?'', le preguntó David cogiendo su mano. ''Mientras lo ponen yo voy un momento al baño. Necesito refrescarme un poco''. Y la apretó con fuerza. ¿Le pasaba algo?
Pobre. Últimamente trabajaba demasiado. Nueva compañía, el cargo que siempre había deseado, ayudante y secretaria, un despacho con unas increíbles vistas...Lo único reprochable era la cantidad de horas que tenía que echar al día. ''Pero eso -le repetía él-, sobre todo al principio, resulta inevitable''. Aunque a ella empezaba a pesarle. Había pasado más de un año. Sus viajes eran cada vez más frecuentes y largos. Apenas se veían. Y muchas noches, cuando él llegaba, ella ya estaba dormida, ambos demasiado cansados para compartir nada. Ni siquiera discutían. Pero ella siempre le disculpaba. Por eso tenía tantas esperanzas puestas en ese fin de semana.
Eso pensaba mientras lo esperaba en la barra con el hielo de su café medio derretido. La pareja que había a su lado dejaba una propina y se marchaba y la camarera le servía unos refrescos a varios jóvenes que habían entrado bromeando. ¿David?...
Quince minutos más tarde, Laura se acercó al servicio de hombres extrañada y llamó a la puerta. No contestó nadie. Nerviosa, volvió fuera y le preguntó al camarero si podían acompañarle a mirar dentro. ¿Se habría mareado?
¿El señor que la acompañaba? Pagó y se marchó, señora. Apenas cinco minutos después de llegar.
Pero...Es imposible-, susurró corriendo a la calle. Efectivamente, el coche había desaparecido. Laura cogió el móvil y lo llamó insistentemente.Apagado o fuera de cobertura. Apagado, sin duda.
Volvió a la barra y se sentó. El camarero se acercó y le acarició el hombro con aire compungido. Pero Laura sólo sentía frío. Realmente, ¿le extrañaba tanto aquello?, pensó. Apenas necesitó un minuto para beberse también el cortado de un trago y preguntarle a la chica: ''Quizá debería pedir un taxi''. Pero el joven se adelantó. ''Yo puedo acercarla donde quiera''. Y Laura vio en sus ojos que la vida comienza en las paradas más inesperadas. A ella también le apetecía estirar las piernas. Necesitaba refrescarse un poco. Y respirar.