''Como siempre, llevaba tiempo sin escribir nada, y en esta ocasión quería narrar mediante una experiencia policíaca la consecuencia del tiempo, aquel que, como bien decía Tomás de Aquino, no se puede definir pero todos sabemos lo que es''.
Agustín era un currante incansable de los de más de diez horas al día, incluidos los fines de semana, aunque su trabajo -introducir datos en el ordenador- no era el más apasionante del mundo. Se aburría hasta el infinito. Incluso Silvia, su novia de toda la vida, había cambiado los ultimátum por la búsqueda de nuevas aficciones. Pero la mañana que él le preguntó qué harían por su décimo aniversario y por primera vez...era ella la que había olvidado la romántica fecha, intuyó que tenía que hacer algo.
Ni cines, ni cenas, ni regalos...La había tenido tan desatendida que pensó: ¿por qué no sorprenderla? Y se acercó a la agencia de viajes de un centro comercial para contratar una escapadita de relax. Allí, tras hojear varios folletos, Agustín se decidió por una pequeña casa rural con spa en Asturias. Nunca habían ido y estaba de oferta. Le daría la sorpresa esa misma noche. Pero, de pronto, al salir y ver el escaparate de una joyería que había enfrente, se le ocurrió que quizá podía permitirse una sorpresita más. ¡Sería inolvidable!
Nada más entrar, la dependienta le miró raro. Agustín revisó su ropa. ¿Llevaría algo en el pelo o la cara? Pero como la joven no le dio ninguna pista le quitó importancia. ''Busco un anillo. Algo sencillo y bonito'', dijo incómodo, sintiendo la mirada. La joven se disculpó nerviosa y le preguntó si le importaba que le atendiera la encargada porque ella tenía otro asunto pendiente.
Unos minutos después entró una pareja de policías. ''¿Me excusa un momento?'', le preguntó la encargada. Y tras charlar unos minutos con ellos y hacer un repetido gesto afirmativo con la cabeza le pidió a la otra clienta que había en la tienda que saliera. Agustín observó que las miradas de todo el mundo caían sobre él y, antes de que le diera tiempo a reaccionar, los agentes le pidieron la documentación. ''Señor Agustín González, queda usted detenido por extorsión y robo''.
Los sucesos que acontecieron en los días siguientes fueron tan surrelistas que no podía creerlo. Esa tarde, esposado y con sus billetes a Asturias en el bolsillo, fue llevado a una comisaría donde se le tomó declaración. Al parecer, no sólo las dos dependientas de la joyería, sino dos asistentes de otros dos establecimientos, le habían identificado como a uno de los estafadores más buscados de la zona.
Como él apenas había salido de casa en las últimas semanas, no tenía como justificar una coartada que le ubicara en ningún otro sitio en los momentos de los robos. Al registrar su casa, la policía encontró una gran cantidad de dinero en metálico. Haber sido tan tacaño en los últimos años tenía su castigo. Incluso su novia, traumatizada, declaró que ahora lo entendía todo y se negó a pagar la fianza.
Tres meses después, el verdadero ladrón fue pillado in fraganti en una casa de empeño. Cuando Agustín fue puesto en libertad no había nadie esperándolo. No le angustió. De hecho, cuando el juez le ofreció ayuda psicológica para superar el trauma, el informático se dio cuenta de que ese error judicial era lo más divertido que le había sucedido. Ahora su nombre sí es uno de los más buscados en los ficheros de la policía.